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Magia Cristica Azteca: Capítulo 12.- Coatlicue

MONOGRAFÍA Nº 10

COATLICUE

Ometecuhtli-Omecihuatl, Señor y Señora de la dualidad.

"Ome": dos; Tecuhtli: señor. "Ome": dos; "Cihuatl": señora. De este divino principio dual, masculino y femenino, emanó todo el Universo. Este Dios-Diosa tuvo cuatro hijos, los cuatro Texcatlipocas: Xipetotec, el colorado; Tezcatlipoca, el negro; Quetzalcoatl, el blanco; Hizilopochtli, el azul. De este binario divino e invisible nacieron los cuatro colores de las cuatro razas que actualmente pueblan el mundo.

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Ometecuhtli tiene la presencia del Cristo Cósmico. Los Nahuas lo representaban con túnica bellamente adornada y falo de pedernal, símbolo de luz. Omecihuatl tiene toda la presencia de la Virgen Cósmica. Los Nahuas la representaban con manto azul de extraordinaria belleza y falta de ocultación. Él es Huehueteotl, el Dios Viejo padre de los dioses y de los hombres. Ella es Tonantzín, nuestra querida madrecita.

En el museo de Antropología e Historia de la ciudad de México existe un monolito de impresionante tetra-significado: en lo alto de éste, por encima del anillo de su cuerpo enroscado, asoma una preciosa y gran serpiente de doble cara que ve hacia adelante y hacia atrás como el Jano de la religión grecorromana; redondos y penetrantes ojos, fauces entreabiertas de las cuales -debajo de los cuatro incisivos superiores, curvos, afilados y con las cuatro puntas hacia afuera- cuelgan grandes y bífidas lenguas.

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En su pecho cuelgan flácidos senos; Un collar de cuero, adornado con los corazones en medio de cuatro manos que se abren hacia afuera, remata en un cráneo a la altura del ombligo de la deidad y sube hacia sus hombros. Sus brazos están pegados contra el cuerpo con los antebrazos flexionados; debajo de sus manos, que terminan en cabezas de preciosas serpientes de fauces entreabiertas e incisivos superiores como garras, cuelgan rectángulos lisos y geométricamente cúbicos con una línea vertical en el centro de cada una de sus caras, símbolo de la perfección de las obras en sus manos. En sus hombros y codos, garras de tigres y ojos de águilas.

Su corta falda de serpientes, entrelazadas con las cabezas hacia abajo se ajusta en su talle por medio de su ancho cinturón de preciosas serpientes que, al anudarse debajo del cráneo de órbitas llenas y mirada desafiante, cuelgan sus cabezas hacia el frente como los extremos de corbata sin anudarse simbolizando que todo lo que existe en el universo es producto del fuego sexual.

El cráneo en el ombligo de la deidad no es el remate de su collar ni el broche del cinturón de su falda sino Coatlicue, la devoradora de hombres y diosa de la tierra y de la muerte, cuyo cuerpo se proyecta al frente entre los muslos, desde el bajo vientre hasta los pies de la deidad.

Muchos corazones y dos colgajos de plumas de quetzal adornan los lados de la enagua que baja hasta sus tobillos y remata en ancho fleco de plumas entrelazadas, adornado con chapetones, del cual cuelgan dieciséis largos cascabeles. Sinuosa y gruesa serpiente asoma las fauces de incisivos superiores como garras entre las cuatro garras de cada uno de los pies de la deidad. Sobre cada uno de sus pies, en bajorrelieves, dos ojos de águila que tratan de ver hacia el infinito.

En la parte baja, en el plano de apoyo de la escultura, en bajo relieves, encontramos a Mictlantecuhtli, con brazos y piernas abiertos en cruz de San Andrés. En la parte posterior, entre los muslos, sale, desde el bajo vientre hacia abajo, el fuego creador universal. En su ombligo se abre la boca del abismo.

En sus hombros, el collar tiene dos corazones en medio de cuatro manos que se abren suplicantes hacia lo alto; en medio de las manos, sobre la columna vertebral, sus puntas rematan en nudo marinero adornadas con cuatro chapetones. El cráneo, que por la espalda pero a la altura del omóplato parece abrochar el cinturón de su falda de serpientes, simboliza a Tonantzín, madre de los dioses, oculta en la parte posterior de la falda de Coatlicue, olvidada por los hombres de esta generación. Su figura sobresale en la parte posterior de la deidad. Viste túnica acordonada que baja hasta sus pies, remata en una sola y enorme garra y termina en siete bolas alargadas, emblema de perfección, de sacrificio; de su collar, donde la tiroides, cuelgan dos grandes lenguas de pedernal; sobre la túnica, pectoral acordonado que remata en seis borlas, emblema de creación; al frente, debajo del pectoral, a la altura del bajo vientre, encontramos un colgajo de finísimas saetas del cual cuelgan dos grandes lenguas de pedernal que, en conjunto, simbolizan al fuego universal de la creación.

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De la preciosa serpiente que remata el conjunto del monolito emana un "sentimiento de maternidad" y su cabeza de doble cara es el emblema de la pareja divina. La parte posterior, de los hombros a los pies, simboliza a Tonantzín, la madre de los dioses; su pecho de flácidos senos, adornado con collar de manos y corazones, simboliza a Coatlicue la sombra de Tonantzín. Tonantzín es vida, Coatlicue es muerte. Los hijos de Tonantzín son hijos del Espíritu Santo y de la castidad; los hijos de Coatlicue son hijos de la fornicación y del adulterio.

Durante el connubio sexual se expresan las fuerzas creadoras de Ometecuhtli-Omecihuatl que descienden hasta los órganos humanos de la procreación con el único fin de que en el plano físico se exprese un nuevo ser. Si el hombre y la mujer se unen sólo por deseo, por la animalidad de derramar el licor seminal, las fuerzas solares de él y las lunares de ella se hunden en los abismos atómicos de la Tierra y ambos se convierten en esclavos del abismo. Más si el amor impulsa su unión y no fornican en su caricia sexual, la serpiente preciosa de plumas de quetzal despierta en ellos, se agita y asciende a su lugar de origen convertida en Quetzalcoatl; así la pareja se diviniza.

En el umbral del santuario del templo, los Maestros presentan al iniciado un libro en el cual están escritas todas las leyes de la Madre Divina; ante este libro muchos retroceden de terror al saber que tienen que aniquilar su personalidad. Muy pocos son los que pasan la prueba del umbral del santuario, los que la pasan reciben un pesado anillo de oro fino, símbolo de poder.

El iniciado debe morir, dejar de ser para llegar a Ser. Pero antes tiene que regresar al seno de la Madre Divina y practicar magia sexual con su casta mujer para que pueda nacer espiritualmente. El que no conoce las leyes de la Madre jamás llegará al Padre.

Estando su mente y la de su amada limpias de todo pensamiento lujurioso, en un transporte de amor, introduzca suavemente el falo; Acaríciela con dulzura y retírense ambos a tiempo para no derramar el licor seminal. La mujer, como el hombre, también se realiza por medio de la magia amorosa. Esta fórmula educa la voluntad a su más alto grado de expresión.

Práctica

Pida con todo su corazón que el fuego sagrado del Espíritu Santo descienda sobre usted. (Leer a Lucas 11,13).

Los canales por los cuales ascienden al cerebro las siete serpientes ígneas son: Susumná, canal séptuple que se extiende por en medio de la médula espinal hasta la glándula pituitaria; Idá, finísimo canal que se ubica al lado izquierdo de la médula espinal y Pingalá que lo hace al lado derecho de la misma. Por ellos sube primeramente el fuego sagrado del Espíritu Santo hasta la pituitaria.

En la postura cómoda que ya se le ha recomendado para sus meditaciones, después de poner su mente en blanco, concéntrese en el fuego sagrado del Espíritu Santo y vea con los ojos del alma que éste sube desde su chakra prostático hacia su plexo solar al mismo tiempo que por Idá y Pingalá, a los lados de su médula espinal. Este ejercicio debe durar por lo menos treinta minutos diariamente y debe hacerse a una misma hora. Para que tenga éxito en sus estudios no debe tomar alcohol, ni fumar, ni comer carne roja. Despreocúpese. Cultive el hábito de ser feliz.

El Maestro