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Magia Cristica Azteca: Capítulo 18.- Las Secretas Enseñanzas de los Nahuas

MONOGRAFÍA Nº 16

LAS SECRETAS ENSEÑANZAS DE LOS NAHUAS

"Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, hicieras lo recto delante de sus ojos, dieres oído a sus mandamientos y guardares todos los estatutos, ninguna enfermedad de las que envíe a los egipcios te enviará a ti, porque yo soy Jehová, tú sanador". (Éxodo 15,26)

"El origen de todos los sufrimientos humanos hay que buscarlo en el pecado", enseñaban los tlamatinime. El justo es invulnerable al mal.

En el templado clima de la montañosa Huautla de Jiménez, Oaxaca, donde todo el año llueve, se dan los hongos alucinantes. Los Nahuas los usaban para descubrir el origen de las enfermedades. La dosis no debía pasar de cuatro hongos. Bajo el influjo de los mismos, el enfermo caía en el sueño del templo durante el cual su mente subjetiva se replegaba y su mente subconsciente quedaba lista para la catarsis. Entonces el Maestro interrogaba al enfermo haciéndole preguntas regresivas: ¿Qué está haciendo en estos momentos? ¿Qué hiciste ayer? ¿Qué la semana pasada? ¿Qué hace un año? Paulatinamente el enfermo iba revelando sus conflictos interiores, sus angustias más íntimas; sin omitir detalle confesaba lo inconfesable. Con la confesión de los sucesos que lo turbaron en su infancia iba aflorando a sus labios el pecado, la verdadera causa del mal.

Muchas veces el origen del mal no era el pecado sino el maleficio. Entonces, el Maestro empleaba el mandato seguido de la inefable palabra que pronunciaba tan quedo que parecía un susurro. Pero, si se trataba de un pecado, imponía al enfermo que demandara humildemente el perdón de su víctima, la reparación del mal, la oración y el servicio para con sus semejantes.

El efecto de los hongos alucinantes dura unas seis o siete horas. Al despertar el enfermo no se acuerda absolutamente de nada pero despierta eufórico, galvanizado aun por la belleza que después de su confesión experimenta en los mundos superiores. Su convalecencia es lenta y durante la misma debe observar completa castidad. Por ningún motivo su régimen alimenticio alternará con las golosinas, obsequio de sus familiares o amigos.

En la monografía 4 decimos que el peyote (Lophophora Villiamsii Lem) hace que se separen los cuerpos físico y astral y que el neófito no pierda la lucidez de su conciencia en los mundos superiores. El peyote es una pequeña biznaga sin espinas que sobresale de la tierra unos dos centímetros, de color ceniciento y dividida en segmentos cubiertos de pelusa blanca y brillante en cuyo centro brotan pequeñas flores color rojo claro; su raíz es gruesa y oscura. Se da en Querétaro, San Luis Potosí, Sonora, Zacatecas, Nayarit y Coahuila.

Los tlamatinime lo usaban en los templos para iniciar neófitos. Rebanaban la planta y la secaban a la sombra como se secan los orejones de fruta. Preparado por el ayuno, el recogimiento y la oración, el candidato a la ordalía era sentado cómodamente en el templo donde permanecía con los ojos cerrados. Dos rebanadas de peyote, mezcladas y tragadas lentamente por él, bastaban para que cinco minutos después comenzaran a agudizarse sus sentidos y viera luces multicolores.

Su cuerpo se iba haciendo pesado y poco a poco se salía del mismo para dirigirse hacia una gran luz que lo atraía a la vez que una felicidad indescriptible invadía a todo su ser. Después, la gran aventura, aquella de la que habla San Pablo.

"Conozco a un hombre en Cristo que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios sabe) fue arrebatado hasta el tercer cielo. Y conozco a tal hombre (si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé; Dios sabe) que fue arrebatado al Paraíso, donde oyó palabras secretas que el hombre no puede revelar". (II Corintios 12, 1-4).

En ocasiones el neófito permanecía inconsciente hasta setenta y dos horas, pues, aparte del tiempo de su iniciación, tenía que atraer a sus Maestros la respuesta de algún mensaje que ellos le habían confiado para la jerarquía invisible.

No por esto crea usted que los hongos alucinantes son indispensables para producir el "sueño del templo" ni el peyote para "iniciarse". A medida que la serpiente de los aztecas, al influjo de la magia amorosa, asciende hacia el cerebro, la fuerza magnética del iniciado se convierte en fuerza cósmica. Entonces, con solo la vista o las inflexiones de la voz se produce el "sueño del templo" y con la imposición de las manos se cura cualquier enfermedad. Aquí el sendero se bifurca: el iniciado tiene que elegir entre mago o shamano. Su único propósito es entregarse a Dios.

A medida que se progresa, la magia amorosa se hace innecesaria. Si observa el grabado de éste capítulo, verá que nueve mujeres sentadas al estilo oriental, abrazándose y con las manos en los riñones de sus compañeras, forman una cadena en medialuna. Tres hombres sentados frente a ellas en triángulo, con las piernas cruzadas, empuñan, cada uno, una caña con la mano derecha. (Jeremías 17,10).

Esta es una cadena de magia amorosa sin contacto. Las nueve mujeres atraen las fuerzas lunares hacia los riñones de los tres hombres y estos atraen las fuerzas solares hacia los riñones de ellas. Para que estas fuerzas sean más intensas, al lado derecho de la cadena se enciende una lumbre con leña de Ahuehué y, al lado izquierdo de la cadena, en un pequeño pozo lleno con agua fresca y limpia, se echan nueve ranas vivas que no se hayan lastimado al cogerlas.

Todo lo que se hace en el mundo astral se manifiesta en el mundo físico. Esta ceremonia mágica hace que la serpiente de los aztecas se agite en la médula espinal de los adeptos y, entonces, estos deben vocalizar los mantrams MANGUELE, MANGUELA. Para vocalizarlos se descomponen en sílabas y se vocalizan tres veces cada uno de ellos. Su tono es el "fa" natural que resuena en toda la naturaleza. Cargados de fuerzas solares y lunares, los practicantes de este ritual mágico, cuando abandonan el templo, con solo la inefable palabra o imposición de las manos pueden curar cualquier enfermedad y hacer muchos de los llamados milagros.

Los aficionados al ocultismo, pero que no han tenido oportunidad de iniciarse en alguna Orden seria, creen que iniciado es el que principia a estudiar algún arte, profesión u oficio. El iniciado tiene que pasar por un ritual mágico por medio del cual el alma, momentáneamente, se libera de sus cuatro cuerpos de pecado y asciende hasta el vértice superior del triángulo de la vida desde donde puede contemplar, por un lado, su vida físico-animal, y por el otro, su vida espiritual. Desde ese momento el iniciado vive con un secreto anhelo en su corazón; cumplir su misión de servicio para con todos su semejantes. Desde ese momento sabe que no es un ser animal sino el Intimo encarnado en un cuerpo, y que Dios y los Maestros están con él en todos los momentos cruciales de su vida terrenal.

Sabe que su misión es amar y sacrificarse por sus semejantes. Conoce los secretos de la vida y de la muerte y que ésta no es ni su primera ni su última encarnación, que a veces su yo se asoma en sueños a sus vidas pasadas donde se encuentra de sátrapa egipcio con rostro de esfinge y mitra dorada viviendo en la levítica Menfis.

Práctica

Coloque sobre la mesa de su sanctum sanctorum, colgado en la pared, un espejo de 30 X 40 cm. o, si es redondo, de unos 30 cm., de diámetro, de suerte que sentado pueda verse a usted mismo. Si no ha llevado a la práctica el ritual del que le hablamos en la monografía 14, proceda a efectuarlo eligiendo para tal efecto la noche de un día jueves, entre las 10 y 11 horas. Empiece su convocación de esa noche con una oración a Dios y a los Maestros seguida por el Salmo 23 de la Biblia, que no debe faltar en su sanctum.

Como ejercicio, practique el salir de su cuerpo y trate de sentir, si está usted en algún parque, que usted es el avecilla que brinca entre las ramas del árbol que tiene a su vera. Otro día, trate de sentirse el árbol mismo; otro, la florecilla del césped que pisan sus pies. En otra ocasión, cambie hacia una nube, una gota de rocío, una piedra. Compruebe que usted no es su cuerpo, que usted es el Intimo divino morando en su cuerpo.

Con Paz Inverencial

El Maestro