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El Misterio del Aureo Florecer: Capitulo 12.- El Final de un Triangulo Fatal

EL FINAL DE UN TRIANGULO FATAL

Presentamos ahora un caso espantoso que en forma enfática viene a demostrarnos lo que es el izquierdo y tenebroso Yo de los celos en el intercambio conyugal de marido y mujer.

El horripilante suceso ocurrió en el año 1180 en la Provenza, difundiéndose la noticia por todas partes, hasta penetrar finalmente en 1250 en la literatura, algo así como en forma de epopeya.

“Aconteció que Guillermo de Cabstaing, hijo de un pobre caballero del castillo de Cabstaing, llegó a la corte del señor Raimundo de Rosellón, y tras presentarse preguntó si sería bienquisto como escudero. El barón lo halló de prestancia y le dio el parabién para que se quedara en su corte.”

“Quedóse, pues, Guillermo y supo comportarse de manera tan gentil, que altos y bajos le querían; y supo también distinguirse tanto, que el barón Raimundo le destinó al servicio de dama Margarita, su esposa, como paje. Esforzándose ahora Guillermo en ser aun más digno en palabras y hechos, mas como cosa que al amor atañe, dama Margarita hallose prendida en él, con los sentidos inflamados.

Tanto placía a ella la diligencia del paje en el servicio, su parla y su firmeza, que un día no pudo contenerse en preguntarle: Dime, Guillermo, ¿amarías a una mujer que te diera muestras de amarte? A lo que Guillermo respondió sincero:

–Cierto que lo haría, señora, siempre que sus muestras fuesen verdad.

–¡Por el santo Juan, –exclamó la dama–, que has respondido como cumplido caballero! Más ahora deseo probarte si podrías saber y reconocer lo que en las muestras fuera verdad y lo que solo apariencia. A cuyas palabras replicó Guillermo:

–¡Sea pues, como os place, señora mía!

Tornóse pensativo, y al punto comenzó amor la justa con él, y los pensamientos que amor le enviaba le penetraban en el corazón y en adelante convirtiose en su paladín, comenzando a componer lindos versos y primorosas canciones y poemas, todo lo cual complacía en grado sumo a la que recitaba y cantaba.

Mas amor, que a sus servidores otorga su galardón cuando le agradan, quiso conceder el suyo a Guillermo. Y al punto comenzó la dama a anhelar y cavilar tanto en su afición, que ni de día ni de noche lograba el descanso, al ver en Guillermo la suma de todos los dones del valor y las heroicas hazañas.

Así aconteció que un día dama Margarita interpeló a Guillermo, diciendo:

¿Sabes, Guillermo, lo que en este instante es verdad y lo que no de mi apariencia?

Y Guillermo respondióle:

–Señora, tan cierto como Dios me ayude que desde el instante en que me convertí en vuestro escudero, ningún otro pensamiento pude albergar en mí, más que el de que vos sois entre todos los seres vivientes el mejor y el más veraz en palabras y apariencia. Así lo creo y toda mi vida lo creeré. La dama replicó:

–Guillermo, como Dios me ayude también, te digo que no serás engañado por mí, y tus pensamientos no se perderán en vano. Y abriendo los brazos lo besó delicadamente, y sentándose ambos en la cámara, comenzaron a cuidar de su amor...

Más no pasó mucho tiempo sin que las malévolas lenguas, a las que debiera alcanzar la ira de Dios, comenzaron a desatarse hablando de su amor y a parlotear sobre las canciones que Guillermo componía, murmurando que había puesto sus ojos en dama Margarita. Y hablaron tanto y tanto, que la cosa llegó a oídos del señor.

El barón Raimundo se apesadumbró en grado sumo porque había de perder a su compañero de cabalgadas, y más aun a causa de la afrenta de su esposa.

Y cierto día en que Guillermo había ido solo con un escudero a la caza del gavilán, Raimundo tomó armas ocultas y cabalgó hasta dar con el doncel.

–Bienvenido seáis, señor, saludole Guillermo, yendo a su encuentro en cuanto apercibió. ¿Por qué estáis tan solo? Tras algunos rodeos, Raimundo comenzó:

–¡Dime por Dios y la Santa Fe!, ¿Tienes una amante para la que cantas y te encadena el amor?

–Señor, respondió Guillermo, ¿cómo podría de otro modo cantar, si a ello no me indujera el amor? Verdad es, señor, que el amor me ha apresado por entero en sus lazos.

–Desearía saber, si te place, quién es la dama en cuestión.

-¡Ah, señor, ved en nombre de Dios lo que de mi requerís! Harto sabéis que nunca debe ser nombrada la dama.

Mas Raimundo siguió instando (por lo que el Yo de los celos se lo estaba tragando vivo), hasta que Guillermo dijo:

–Señor, habéis de saber que amo a la hermana de dama Margarita, vuestra esposa, y espero ser correspondido por ella (contestó el Yo del engaño) y ahora que lo sabéis, os suplico vuestro apoyo, o cuando menos que no me perjudiquéis.

Aquí tienes mi mano y mi palabra, habló Raimundo, en promesa y juramento de que he de emplear todo cuanto en mi poder esté en tu ayuda.

Vayamos, pues, a su castillo, que está cerca de aquí propuso Guillermo.

Así lo hicieron, siendo bien recibidos por el señor Roberto de Tarascón, esposo de la propia dama Inés, la condujo a su aposento y sentáronse ambos sobre el lecho.

–Decidme, cuñada mía, por la lealtad que me debéis, habló Raimundo, ¿amáis a alguien?

–Sí, señor, respondió ella (con su Yo embustero)

–“¿A quien?”.

– “¡Oh, no puedo decirlo! Respondió ella. ¿Qué me estáis hablando?”.

“Mas, él la instó tanto, que no tuvo ella más remedio que confesar su amor por Guillermo. Así lo reconoció ella al encontrar tan triste y caviloso a éste. Aunque bien sabía que amaba a su hermana; y su respuesta produjo gran alegría a Raimundo”.

“Inés lo contó todo a su esposo, juzgando él que había obrado bien y dándole toda libertad para que dijera y obrara a su albedrío, para salvar a Guillermo (infame adúltero)”.

“Inés convertida en cómplice del delito, no dejó de hacerlo, pues llevando a solas a su aposento al doncel, quedóse en su compañía tanto tiempo, que Raimundo hubo en efecto de conjeturar que habían estado disfrutando de las mieles del amor”.

“Ello le complació sumo, y comenzó a pensar que de cuanto sobre él se había rumoreado no era verdad, sino vacua chismorrería. Salieron Inés y Guillermo del aposento, fue dispuesta la cena, y ésta transcurrió con gran animación”. (Así son las farsas que hace el Yo Pluralizado).

“Tras la cena, Inés hizo disponer el aposento de ambos huéspedes muy próximos a la puerta del suyo, y Guillermo y ella desempeñaron tan bien su papel, que Raimundo pensó que el doncel dormía con la dama”.

“Al siguiente día, y luego de despedirse, Raimundo se separó en cuanto pudo de Guillermo, fuese a su esposa y le contó lo acontecido. Ante aquellas noticias, dama Margarita pasó toda la noche sumida en el más hondo desconsuelo y, a la mañana siguiente, llamando a Guillermo, le recibió de mala manera, tratándole de amigo falso y traidor.”

“Guillermo pidió gracia, como hombre que no había incurrido en culpa alguna de las que ella le achacaba, y le relató al pie de la letra todo cuanto había acontecido. La dama llamó a su hermana y por ella supo que Guillermo decía la verdad. Con lo cual ordenó al doncel le compusiera una canción en la cual la mostrara no amar a mujer alguna aparte de ella. Y él compuso el cantar que dice: Las lindas ocurrencias que a menudo el amor inspira”.

“Al oír el de Rosellón el cantar que Guillermo había compuesto para su mujer, le hizo venir para platicar con él, y a bastante distancia del castillo lo degolló, guardando la cabeza cortada en un zurrón de caza, arrancándole luego el corazón”.

“Con la misma retornó al castillo, hizo que asaran el corazón y lo sirvieran a su mujer a la mesa. Ella comió sin saber lo que gustaba”.

“Al acabar la comida, levantóse Raimundo y participó a su mujer que lo que había almorzado era el corazón de Guillermo, mostrándole seguidamente la horripilante cabeza”.

“Preguntole además si el corazón había tenido buen sabor, a lo que dama margarita respondió que fue, en efecto, tan sabroso que manjar otro alguno le quitaría ya el gusto que le había dejado el corazón de Guillermo. Rabioso Raimundo, desesperado por el Yo de los celos, se abalanzó contra ella, la perversa adúltera, con su daga desenvainada. Margarita huyó, arrojose por un balcón y se destrozó la cabeza en la caída”.

Ese fue el final catastrófico de un triángulo fatal donde los Yoes de los celos, el adulterio, el engaño, la farsa, etc., llevaron a sus actores hasta un callejón sin salida.

¡Válgame Dios y Santa María! Bien saben los divinos y los humanos que el poderoso señor Raimundo de Rosellón se convirtió en asesino debido al demonio de los celos. Mejor hubiera sido darle a su mujer carta de divorcio.