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El Misterio del Aureo Florecer: Capitulo 31.- Goethe

GOETHE

En sublime éxtasis inefable Goethe proclama a su Divina Madre Kundalini como auténtica liberadora.

“Levantad los ojos hacia la mirada salvadora.

Vosotras todas, tiernas almas arrepentidas,

a fin de transformaros, llenas de agradecimiento

para un venturoso destino.

Que cada sentido purificado esté pronto para su servicio.

¡Virgen, Madre, Reina, Diosa, sé propicia!”

Bien sabía Goethe que sin el auxilio de Devi Kundalini, la Serpiente Ígnea de nuestros mágicos poderes, sería algo más que imposible la eliminación del Ego Animal.

Es incuestionable que las relaciones amorosas más conocidas de Goethe excluyendo, naturalmente, la sostenida con Cristina Vulpius, fueron sin excepción alguna de naturaleza más erótica que sexual.

Waldemar dice: “No creemos pretender demasiado al decir que en Goethe el disfrute de la fantasía era lo elemental en sus relaciones con las mujeres: se esforzaba por percibir la sensación de la consolación entusiástica, en una palabra, el excitante elemento musa de la mujer, que le inflamaba espíritu y corazón y que en absoluto debía procurar satisfacción a su materia”.

“El apasionado enamoramiento que tuvo por Carlota Buff, Lili o Federica Brion no podía propagar correspondientemente toda la situación a lo sexual.”

“Muchas historias literarias intentaron ya exponer lisa y llanamente hasta qué punto llegaron las relaciones de Goethe con la señora Von Stein. Los hechos examinados abonan la idea de que se trató de una correspondencia ideal.”

“El que Goethe no viviera, como es sabido, en completa abstinencia sexual en Italia, y que a su regreso a la patria ligara bien pronto un vínculo con Cristina Vulpius, quien nada le rehusaba, permite la conclusión de que debiera antes carecer de algo”.

“Indudablemente, continúa diciéndonos Waldemar, Goethe amó de la manera más apasionada cuando se hallaba separado del objeto de su anhelo; sólo en la reflexión tomaba su amor cuerpo y le insuflaba ardor”.

“Invariablemente, cuando deja brotar de su pluma las efusiones de su corazón a la señora Von Stein, está realmente cerca de ella... más cerca que jamás pudiera estarlo físicamente.”

Herman Grimm dice con razón: “Hemos visto cómo su relación con Lotte sólo es comprensible cuando remitimos toda su pasión a las horas en que no está con ella.”

No está de más en este capítulo enfatizar la idea de que Goethe aborrecía el coito de los fornicarios: “Omne animal post coitum triste.”

“¿Así que traes a mi amor un desdichado disfrute?

Llévate el deseo de tantas canciones,

vuelve a llevarte el breve placer.

Llévatelo y da al triste pecho,

al eterno triste pecho, algo mejor.”

¡Que hable ahora el poeta! ¡Que diga lo que siente! En verdad y poesía escribe: “Yo salía raramente, pero nuestras cartas (refiriéndose a Federica) se intercambiaban tanto más vivientes. Me ponía al corriente de sus circunstancias... para tenerlas presentes, de modo que tenía ante el alma con afecto y pasión sus merecimientos.”

“La ausencia me hacía libre y toda mi inclinación florecía debidamente sólo por la plática en la distancia. En tales instantes podía yo propiamente dejarme deslumbrar por el porvenir.”

En su poema “Dicha de la ausencia” expresa claramente su propensión a la erótica metafísica:

“¡Liba, oh joven, de la sagrada dicha la flor

a lo largo del día en los ojos de la amada!...

Mas siempre esta dicha es más grande que nada

estando alejado del objeto del amor.

En parte alguna olvidarla puedo,

mas sí, a la mesa sentarme tranquilo,

con espíritu alegre y en toda libertad.

Y el imperceptible engaño

que hace venerar al amor

y convierte en ilusión el deseo”.

Waldemar comentando dice: “El poeta no se interesaba nada (y esto debe ser consignado) por la señora Von Stein, por como era ella realmente, sino como la veía a través de la presión de su propio corazón creador”.

“Su anhelo metafísico por lo “eterno femenino” se proyectaba de tal modo sobre Carlota, que en ella veía a la Madre, la amaba, en una palabra, el Principio Universal o expresándolo mejor, la propia idea de Eva. Ya en 1775 escribía: “Sería un magno espectáculo ver cómo se refleja en esta Alma el Universo. Ella ve el Universo tal como es, y por cierto mediante el amor”.

“Mientras Goethe pudiera “poetizar” a la muchacha que amaba, o sea crear un ente ideal que correspondiese al vuelo de su fantasía, era fiel y adicto; mas en cuanto se relajaba el proceso de esta “poetización”, bien fuese por propia culpa o de la otra persona, se retiraba. Invariablemente se procura sus sensaciones erótico-poéticas hasta el momento en que la cosa amenaza con convertirse en seria, poniéndose a salvo entonces en el patbos de la distancia”.

Permítasenos la libertad de disentir con Goethe en este punto espinoso de su doctrina.

Amar a alguien a la distancia, prometer mucho y olvidar después, nos parece demasiado cruel; en el fondo de eso existe fraude moral...

En vez de apuñalar corazones adorables, mejor es practicar el SAHAJA MAITHUNA con la esposa sacerdotisa, amarla y permanecerle fiel durante toda la vida.

Este hombre aprendió el aspecto trascendental del sexo, pero falló en el punto más delicado, por eso no logró la AUTO-REALIZACIÓN INTIMA...

Goethe, adorando a su Divina MADRE KUNDALINI, exclama lleno de éxtasis:

“¡Virgen pura en el más bello sentido,

madre digna de veneración,

reina elegida por nosotros

y de condición igual a los Dioses!...

Anhelando morir en sí mismo aquí y ahora durante el coito químico, queriendo destruir a Mefistófeles exclama:

“Flechas, traspasadme;

lanzas, sometedme;

mazas, heridme.

Todo desaparezca,

desvanézcase todo.

Brille la estrella perenne,

foco del eterno amor”.

Incuestionablemente poseía este bardo genial una intuición maravillosa; si exclusivamente se hubiera redescubierto en una sola mujer; si en ella hubiera hallado el camino secreto; si con ella hubiese trabajado durante toda la vida en la novena esfera, es obvio que habría allegado a la liberación final.

En su “Fausto” expone con gran acierto la Fe en la posibilidad de la elevación del Embrión Áureo liberado, a una Súper Alma (el Manas Superior de la Teosofía).

Cuando esto sucede, dicho principio teosófico penetra en nosotros y fusionado con el Embrión Áureo pasa pro transformaciones íntimas extraordinarias; entonces se dice de nosotros que somos Hombres con Alma.

Al llegar a estas alturas alcanzamos la Maestría, el Adeptado, nos convertirnos en miembros activos de la Fraternidad Oculta.

Esto no significa perfección en el sentido más completo de la palabra. Bien saben los divinos y los humanos lo difícil que es alcanzar la perfección en la Maestría.

Dicho sea de paso, es urgente saber que tal perfección sólo se consigue después de haber realizado esotéricos trabajos de fondo en los mundos Luna, Mercurio, Venus Sol, Marte, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno.

De todas maneras, la encarnación del Alma Humana o tercer aspecto de la Trimurti indostánica, conocida como Atman-Budhi-Manas en nosotros, y su mezcla con el Embrión Áureo, es un evento cósmico extraordinario que nos transforma radicalmente.

La encarnación del Manas Superior en nosotros no implica en ingreso de los principios Atmico y Búdhico al interior de nuestro organismo. Esto último pertenece a trabajos ulteriores sobre los cuales hablaremos profundamente en nuestro futuro libro titulado: “LAS TRES MONTAÑAS”.

Después de esta pequeña digresión indispensable para el temario en cuestión continuaremos con el siguiente relato:

Ha mucho tiempo, sucedióme en el camino de la vida algo insólito e inusitado. Una noche cualquiera, mientras me ocupaba en mis interesantísimo trabajos esotéricos fuera del cuerpo físico, hube de acercarme con el Eidolón a la gigantesca ciudad de Londres.

Recuerdo con claridad que al pasar por cierto lugar de aquella urbe pude percibir, con asombro místico, el aura amarilla resplandeciente de cierto joven inteligente que en una esquina se encontraba.

Penetré en un café muy elegante de aquella metrópoli y sentándome ante una mesa comenté el sobredicho caso con una persona de cierta edad, que lentamente saboreaba en una taza el contenido delicioso de aquella bebida arabesca.

De pronto algo inusitado sucede, un personaje se acerca a nosotros y se sienta a nuestro lado; al observarlo detenidamente pude verificar con gran asombro que se trataba del mismo joven de resplandeciente aura amarilla, que momentos antes tanto me asombrara.

Después de las consabidas presentaciones vine a saber que tal sujeto era nada menos que aquel que en vida escribiera “El Fausto”; quiero referirme a Goethe.

En el Mundo Astral suceden maravillas, hechos extraordinarios, prodigios; no es raro encontrarse uno allí con hombres ya desencarnados; con personajes como Víctor Hugo, Platón, Sócrates, Dantón, Moliere, etc.

Así pues, vestido con el Eidolón quise platicar con Goethe fuera de Londres y a orillas del inmenso mar; le invité y es obvio que él en modo alguno declinó tal invitación.

Platicando juntos en las costas de aquella gran Isla Británica donde se encuentra ubicada la capital inglesa, pudimos ver algunas ondas mentales de color rojo sanguinolento que flotando sobre el borrascoso océano venían hacia nosotros.

Hube de explicarle a aquel joven de radiante aura, que dichas formas mentales provenían de cierta dama que, en la América Latina, me deseaba sexualmente. Esto no dejó de causarnos cierta tristeza.

Brillaban las estrellas en el espacio infinito y las olas enfurecidas rugiendo espantosamente golpeaban incesantemente la arenosa playa.

Platicando sobre los acantilados del Ponto él y yo, intercambiando ideas resolví hacerle a quemarropa, como decimos aquí en el mundo físico, las siguientes preguntas:

-¿Tienes ahora nuevamente cuerpo físico? La respuesta fue afirmativa. ¿Tu vehículo actual es masculino o femenino? Entonces respondió: -Mi cuerpo actual es femenino.

-En qué país estáis reencarnado? -En Holanda. -¿Amáis a alguien? -Sí, dijo, amo a un príncipe holandés y pienso casarme con él en determinada fecha. (Dispense el lector que no mencionemos esta última).

-Pensaba que tu amor sería estrictamente universal; amad las rocas, le dije, las montañas, los ríos, los mares, el ave que vuela y el pez que se desliza en las profundas aguas. -¿No es acaso el amor humano una chispa del Amor divino? Este tipo de respuesta a modo de pregunta pronunciada por aquel que en su pasada reencarnación se llamara Goethe, me dejó ciertamente anonadado, perplejo, asombrado. Indudablemente el insigne poeta me había dicho algo irrefutable, incontrovertible, exacto.