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El Misterio del Aureo Florecer: Capitulo 20.- La Codicia

LA CODICIA

Viajando por todos estos países del mundo, hube de morar por algún tiempo en la ciudad del conquistador Gonzalo Jiménez de Quesada al pie de las montañas de Monserrate y Guadalupe. Por aquellos tiempos ya muy cercanos a la segunda guerra mundial, me fue presentado en aquella ciudad un amigo por cierto muy singular.

Sucre se llamaba, y viajando también había venido en busca de conocimientos universitarios desde cierto puerto del Atlántico hasta la cumbre andina.

Con aqueste amigo de otros tiempos todo fue muy curioso, hasta la insólita y misma presentación.

Alguien cuyo nombre no menciono tocó cualquier noche en la puerta de mi morada con el evidente propósito de invitarme a una plática de fondo con el consabido amigo...

No fue por cierto muy hermoso el sitio de la reunión; una tienda de mala muerte con un pequeño salón.

Y después de todos los formulismos de presentación entramos en materia de discusión.

Resultó palmaria y manifiesta la capacidad intelectual de mi nuevo amigo; sujeto teorético, especulativo, estudioso...

Se decía fundador de alguna logia de tipo teosófico y citaba con frecuencia a H.P.B., Leadbeater, Annie Besant, etc.

En el intercambio de ideas es indudable que brilló haciendo exposiciones pseudo-esotéricas y pseudo-ocultistas...

Si no hubiera sido por su afición al hipnotismo y al deseo exhibicionista, aquella reunión de amigos habría terminado pacíficamente, mas he aquí que el diablo donde quiere mete la cola.

Sucedió que este amigo le dio por hacer demostraciones de su poder hipnótico y acercándose a un señor de cierta edad que estaba por allí sentado cerca a otra mesa le rogó muy cortésmente sirviese de sujeto pasivo para su experimento.

En tratándose de cuestiones relacionadas con la Hipnología no está de más enfatizar la idea de que no todos los sujetos son susceptibles de caer en trance.

Sucre con su Yo exhibicionista es ostensible que no quería verse en un ridículo, necesitaba demostrar su poderío y por ello hizo sobrehumanos esfuerzos para sumir en sueño hipnótico al caballero.

Mas todo fue inútil, mientras Sucre luchaba y hasta sufría, aquel buen caballero en sus adentros pensaba lo peor.

Y de pronto como si cayera un rayo en una noche tenebrosa, sucedió lo que tenía que suceder; el caballero pasivo saltó de su lugar increpando a Sucre, tratándole de ladrón, estafador, bandido, etc., etc. Mas nuestro consabido amigo, que tampoco era una mansa oveja, tronó y relampagueó.

Y volaban mesas por los aires, y sillas y tazas y platos, y clamaba el dueño del negocio entre aquel gran zafarrancho pidiendo que se le pagara la cuenta.

Afortunadamente intervino la policía y todo quedó tranquilo; el pobre Sucre hubo de empeñar su equipaje para pagar la deuda...

Pasado aquel tan desagradable descalabro, fijamos una nueva cita con el mencionado amigo la cual es obvio que fue más tranquila pues a Sucre no se le metió en la cabeza la absurda idea de repetir su experimento.

Entonces aclaramos muchas ideas y conceptos de fondo esotérico y ocultista.

El amigo aquel ingresó más tarde a la universidad con el propósito de hacerse un buen abogado y es evidente que era un magnífico estudiante.

Un día cualquiera, después de muchos años, el mencionado amigo me invitó a comer y de sobremesa hubo una conversación sobre tesoros escondidos; entonces a mi se me ocurrió narrarle el siguiente caso.

“Dormía yo en mi recámara, –le dije–, cuando fui súbitamente despertado por un extraño ruido subterráneo que corría o circulaba misteriosamente del noroeste al suroeste.”

“Me senté algo sobresaltado por tan inusitado sonido para ver desde mi lecho lo que estuviera sucediendo.”

“Entonces con gran sorpresa vi que en un rincón de mi dormitorio la tierra se abría.”

“Y surgió como por encanto el fantasma de una mujer desconocida que con voz muy delicada me dijo: hace muchos años soy muerta; aquí en este lugar enterré yo un gran tesoro; sácalo tú, es para tí.”

Al escuchar Sucre mi relato de sobremesa me rogó vehemente le llevara al lugar de los hechos y es claro que yo no quise negarle este servicio...

Otra tarde vino a decirme que se había puesto en contacto con el dueño de la casa (un doctor muy famoso de la ciudad) y me suplicó le investigara si tal personaje era o no realmente el dueño de dicha propiedad pues tenía sus dudas.

Confieso llanamente y con la más entera franqueza que no me fue difícil realizar el desdoblamiento astral; sencillamente aproveché el estado de transición entre vigilia y sueño.

En instantes de empezar a dormitar me levanté delicadamente de mi lecho y salí a la calle. Es ostensible que el cuerpo físico quedó dormido en la cama.

Así se realizó el desdoblamiento del Eidolón con pleno éxito; todavía recuerdo fielmente aquel notable experimento psíquico.

Volando, flotando en el ambiente astral del planeta Tierra anduve por varias calles buscando el consultorio médico del doctor...

Rogué a mi Intercesor Elemental me llevara a ese despacho y es ostensible que fui asistido...

Al llegar a cierta casa entendí; tres gradas conducían a la portada suntuosa de una mansión...

Me entré por aquellas puertas y me encontré en una sala de espera; avancé un poco más y penetré resueltamente en el consultorio...

Examiné en detalle el interior de este último; vi una mesa y sobre ella una máquina de escribir y algunas otras cosas; una ventana permitía ver un patio de la residencia; el doctor estaba sentado y en su aura pude ver la consabida propiedad...

Regresé a mi cuerpo físico muy satisfecho con el experimento; el Eilodón ciertamente es extraordinario...

Muy de mañana vino mi amigo a conocer el resultado de mi experimento psíquico.

Yo le narré detalladamente todo lo que había visto y oído; entonces ví asombro en el rostro de Sucre; él conocía tal consultorio y los datos que le daba resultaban exactos...

Lo que sucedió después es fácil adivinarlo; Sucre no sólo logró que aquel médico le alquilara la casa sino que además y esto es lo más curioso, lo hizo su socio...

Por aquellos días resolví alejarme de aquella ciudad a pesar de los ruegos de aquel amigo quien insistía en que yo cancelara mi viaje...

Cuando regresé más tarde, después de algunos años a aquel lugar, ya todo había cambiado, la casa aquella había desaparecido...

Entonces me encontré un terreno árido, horrible, pedregoso, espantosamente aburridor...

Y vi instalaciones de alta tensión eléctrica y motores de doble bomba y máquinas de toda especie y trabajadores bien pagados, etc., etc., etc.

Sucre viviendo allí mismo dentro de un cuarto que parecía más bien una trinchera en un campo de batalla, entraba, salía, daba órdenes imperantes a los trabajadores, etc., etc., etc.

Aquel cuarto estaba protegido con gigantescas rocas y en sus muros se veían muchas ventanillas pequeñas que podían abrirse o cerrarse a voluntad.

Por aquellos postigos vigilaba Sucre lo que pasara a su alrededor. Tales mirillas le eran “dizque” muy útiles...

De cuando en cuando al menor ruido exterior empuñaba su pistola o su fusil y entonces aquellas aberturas veíanse desde afuera ya abriéndose o cerrándose o asomándose a través de ellas las bocas de fusiles o pistolas...

Así estaba las cosas cuando yo volví; entonces mi amigo me explicó que aquel tesoro era muy codiciado, que se trataba del famoso becerro de oro que tanto había inquietado a muchas gentes de la comarca y que por lo tanto estaba rodeado de mortales enemigos codiciosos que habían intentado asesinarle.

¡Válgame Dios y Santa María! me dije a mí mismo... en mala hora fui yo a contarle a este amigo la visión esta del tesoro... mejor hubiera sido haberme callado el pico...

Otro día lleno de optimismo me confesó que ciertamente a doce metros de profundidad había encontrado un muñeco de barro cocido y que dentro de la hueca cabeza del mequetrefe halló un pergamino en el cual estaba trazado todo el plano del tesoro.

En el laboratorio del doctor fue cuidadosamente sacado tal pergamino de entre la cabeza del fantoche pues con el tiempo y la humedad se había pegado demasiado...

De acuerdo con el plano existían a doce metros de profundidad cuatro depósitos situados uno al este, otro al oeste, un tercero en el norte y el último hacia el sur...

Tal plano daba señales y datos precisos y al final tenía una sentencia firmada con iniciales de nombre y apellido.

“Quien encuentre mi tesoro que enterré en pozos hondos, será perseguido por la iglesia del Patrono y antes de veinte días que no sepan que sacó las ganancias que enterré para yo”.

Por esos días ya la segunda guerra estaba muy avanzada; Hitler había invadido a muchos países europeos y se preparaba para atacar a Rusia...

Mi amigo era germanófilo ciento por ciento y creía muy seriamente en el triunfo de Hitler...

Es claro pues que influenciado por las tácticas políticas de Hitler que hoy firmaba un tratado de paz con cualquier país y al otro día le atacaba, no quiso trabajar de acuerdo con las indicaciones del plano...

Sucre se dijo a sí mismo: “Tales indicaciones son un despiste... El tesoro está muchos metros bajo el muñeco; los citados cuatro depósitos no me interesan”...

Así pues, abandonó las indicaciones y se fue a fondo; cuando me asomé al hueco aquel, solo vi un precipicio, negro, profundo, espantoso...

-“Amigo Sucre, le dije: Usted ha cometido un error muy grave, ha dejado el tesoro arriba, en los cuatro depósitos y se ha ido al fondo, nadie entierra un tesoro a tanta profundidad”...

Es ostensible que tales palabras por mí pronunciadas llevaban la fragancia de la sinceridad y el perfume de la cortesía...

Empero, debemos hablar sin ambages para hacer énfasis en el Yo de la codicia.

Incuestionablemente este último resaltaba exorbitante en mi amigo combinándose con la astucia, la desconfianza y la violencia.

De ninguna manera fue para mí algo insólito el que Sucre entonces tronara y relampagueara vociferando y hasta endilgándome cosas en las cuales jamás había pensado.

¡Pobre Sucre!... me amenazó de muerte, creyó por un instante que yo “dizque” estaba muy de acuerdo con sus consabidos enemigos, tal vez con el propósito de robarle el tesoro...

Después de todo y viendo mi espantosa serenidad me invitó a su “refugio de trinchera” a tomar café...

Antes de alejarme definitivamente de aquella hispánica ciudad en otros tiempos conocida como Nueva Granada, hízome aquel amigo otra petición; me suplicó de todo corazón estudiara con el Eidolón su trabajo subterráneo.

Yo también quería hacer una exploración astral en aquella hondura y por ello accedí a su petición...

Y sucedió que en una noche exquisita de plenilunio me acosté muy tranquilo en decúbito dorsal (boca arriba) y con el cuerpo bien relajado...

Sin preocupación alguna me propuse vigilar, espiar, mi propio sueño... Quería utilizar para mi salida astral aquel estado de transición existente entre vigilia y letargo...

Cuando comenzó el proceso de ensoñación, cuando empezaron a surgir las imágenes propias del sueño, delicadamente y como sintiéndome espíritu, hice un esfuerzo para eliminar la pereza y entonces me levanté de la cama...

Salí de mi recámara como si fuese un fantasma, caminando delicadamente y luego abandoné la casa...

Por las calles de la ciudad flotaba deliciosamente lleno de una exquisita voluptuosidad espiritual...

No me fue difícil orientarme; pronto estuve en el lugar de los acontecimientos, en el terreno de los hechos...

Ante aquel hueco negro y horrible que ya tenía más de setenta metros de profundidad, un viejito enano, un pigmeo, un Gnomo de respetable barba blanca me contempló inocente...

Flotando en la atmósfera descendí suavemente hasta el fondo acuoso del nefasto hoyo de codicias...

En tocando con mis pies sidéreos el limo de la tierra húmeda y sombría, hice con agrado un esfuerzo más y penetré en el interior de este bajo el fondo mismo del pozo...

¡Cuán suavemente descendía con el Eidolón bajo el asiento negro de tal antro del que manara mucha agua!...

Examinando detalladamente cada roca de granito sumergida bajo las aguas caóticas, me adentré muy profundamente bajo aquel subsuelo...

Es evidente que mi amigo de marras había dejado el fabuloso tesoro allá arriba como ya lo dijimos en párrafos anteriores...

Ahora y en estas regiones abismales, sólo veía ante mi insignificante persona, piedras, lodo, agua...

Más de pronto algo inusitado sucede, estoy ante un canal horizontal que saliéndose del terreno aquel se dirige hacia la calle...

¡Qué sorpresa! Sucre nada me había hablado de esto, nunca me dijo que en semejantes profundidades pensara hacer una perforación horizontal...

Serenamente me deslicé con el Eidolón por entre el sobredicho canal inundado por las aguas, avancé un poco más y luego salí a la superficie por el lado de la calle...

Concluida la exploración astral regresé a mi cuerpo físico; la investigación obviamente fue maravillosa...

Más tarde, cuando comuniqué todo esto a mi amigo, le vi muy triste, este hombre sufría lo indecible, quería oro, esmeraldas, riquezas, la codicia se lo estaba tragando vivo...

Empero se justificaba diciendo que todo ese tesoro lo necesitaba para hacer una revolución proletaria, dizque necesitaba invertir esos dineros en armamentos, etc.

¡Cuán horrible es la codicia!... en tal lugar solo reinaba el miedo, la desconfianza, el revólver, el fusil, el espionaje, la astucia, los pensamientos de asesinato, las ansias de mandar, imperar, subir al tope de la escalera, hacerse sentir... etc.

Cuando salí de aquella ciudad tomé la resolución de jamás volver a intervenir en esos motivos de codicia...

“Vended lo que poseéis, dijo el Cristo, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejezcan, tesoro en los cielos que no se agote, donde ladrón no llega ni polilla destruye.

Porque donde está vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.