LA CABEZA DE JUAN
“Resonaron los timbales y brotaron gritos en la multitud. Pero el tetrarca dominó todo el estrépito con su voz:
¡Ea! ¡Ea! ¡Tuyo será Cafarnaum! ¡Y la vega del Tiberíades! ¡La mitad de mi reino!
Entonces se arrojó ella al suelo y súbitamente se balancearon sus talones en el aire y se adelantó varios metros sobre las manos, como un gran escarabajo.
Luego saltó sobre sus pies, y miró ahora con fijeza a Herodes. Tenía pintados de carmín los labios y negras las cejas, y sus ojos destellaban con fulgor peligroso, brotando en su frente gotitas titilantes.
De hito en hito se contemplaron Herodes y Salomé, hasta que desde la galería castañeó sus dedos Herodías.
Sonrió entonces Salomé mostrando sus blancos y firmes dientes y susurró como una pudorosa y tímida doncella.
“Quiero... en una fuente la cabeza... (había olvidado el nombre); mas volviendo a sonreís, dijo con claridad, ¡La cabeza de Juan!”
Hallábase acaso un tanto enojada con el amado, y lo hizo decapitar; más cuando contempló la querida cabeza sobre la fuente, lloró y enloqueció y pereció de delirio erótico”.
Horripilante batalla íntima en la psiquis de Salomé; Yo del despecho arrastrando en su decadencia abominable a los demás Yoes.
Triunfo asqueante del diablo homicida... espanto... horror.
Herodes temió a la multitud porque consideraba a Juan como a un profeta. En el capítulo XI del Evangelio de Mateo se habla de Juan el Bautista como de un verdadero Jina, un Hombre Celeste, un semidiós, superior a los profetas, pues que Jesús mismo dice de él:
“Ciertamente os digo que él es mucho más que un profeta, pues que de él es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi ángel ante tu faz, para que vaya delante de ti aparejándote y desbrozándote el camino.
Entre los hombres nacidos de mujer, no se levantó otro mayor que él, aunque él es menor que el que menor sea en el reino de los Cielos y si le queréis pues, recibir, sabed que él es aquel Elías que se nos dice ha de venir... El que tenga oídos para oír que oiga”.
Estas palabras del gran Kabir Jesús enlazan a los dos grandes personajes hebreos en uno solo.
Juan el Bautista decapitado por la lujuriosa Salomé, fue en verdad la vivísima reencarnación de Elías, el Profeta del Altísimo.
Por aquella época los nazarenos eran conocidos como bautistas, sabeanos y cristianos de San Juan; el error de tales gentes consistía en la absurda creencia de que el Kabir Jesús no era el Hijo de Dios, sino sencillamente un profeta que quiso seguir a Juan.
Orígenes (Vol. II, página 150) observa que “existe algunos que dicen que Juan el Bautista que él era el Ungido (Christus)”.
“Cuando las concepciones de los gnósticos, que veían en Jesús el Logos y el ungido, empezaron a ganar terreno, los primitivos cristianos se separaron de los nazarenos, los cuales acusaban injustamente al Hierofante Jesús de pervertir las Doctrinas de Juan y de cambiar por otro el Bautismo en el Jordán”. (Codex Nazarenus, II Pág. 109).
Salomé desnuda, ebria de vino y de pasión, con la cabeza inocente de Juan el Bautista entre sus eróticos brazos, danzando delante del Rey Herodías, hizo estremecer las tierras del Tiberíades, Jerusalén, Galilea y Cafarnaum...
Empero nosotros, no debemos escandalizarnos tanto: Salomé yace muy oculta en el fondo íntimo de muchas mujeres... tú lo sabes... Y que ningún varón presuma de perfecto porque en cada uno se oculta un Herodes.
Matar es evidentemente el acto más destructivo y de mayor corrupción que se conoce en el planeta Tierra.
Escrito está en el libro de todos los misterios que no solo se mata con puñales, armas de fuego, horca o veneno, son muchos los que matan con una mirada de desprecio, con una sonrisa irónica o con una carcajada; con una carta o con la ingratitud y la calumnia.
En verdad os digo que el mundo está lleno de uxoricidas, matricidas, parricidas, fratricidas, etc., etc., etc.
Es necesario amar mucho y copular sabiamente con la adorada si es que en verdad queremos reducir a polvareda cósmica el diablo homicida, mediante la lanza omnipotente de Eros.