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La Revolución de la Dialectica: Capítulo 17.- El Amor Propio

EL AMOR PROPIO

Mucho se habla sobre la vanidad femenina. Realmente la vanidad es la viva manifestación del amor propio.

La mujer ante el espejo, es un Narciso completo, adorándose a sí misma, idolatrándose con locura. La mujer se adorna lo mejor que puede, se pinta, se encrespa el cabello con el único fin de que los demás digan: ¡Eres hermosa, eres bella, eres divina! Etc.

El yo siempre goza cuando la gente lo admira, el yo se adorna para que otros le adoren. El yo se cree bello, puro, inefable, santo, virtuoso, etc. Nadie se cree malo, todas las gentes se auto‑consideran buenas y justas.

El amor propio es algo terrible. Por ejemplo, los fanáticos del Materialismo no aceptan las Dimensiones Superiores del Espacio por amor propio. Se quieren mucho a sí mismos y como es natural, exigen que las Dimensiones Superiores del Espacio, del Cosmos y de toda la vida ultrasensible, se les sometan a sus caprichos personales. No son capaces de ir más allá de su estrecho criterio y de sus teorías, más allá de su querido ego y de sus preceptos mentales.

La muerte no resuelve el problema fatal del ego. Sólo la muerte del yo puede resolver el problema del dolor humano, pero el yo se ama a sí mismo y no quiere morir de ninguna manera. Mientras el yo exista, girará la rueda del Samsara, la rueda fatal de la tragedia humana.

Cuando realmente estamos enamorados, renunciamos al yo. Es muy raro hallar en la vida a alguien verdaderamente enamorado. Todos están apasionados y eso no es amor. Las gentes se apasionan cuando se encuentran con alguien que les gusta, pero cuando descubren en la otra persona sus mismos errores, cualidades y defectos, entonces el ser amado les sirve de espejo donde puedan contemplarse totalmente. Realmente no están enamorados del ser amado, sólo están enamorados de sí mismos y gozan viéndose en el espejo que es el ser amado, ahí se encuentran y suponen entonces que están enamorados. El yo goza ante el espejo de cristal o se siente feliz mirándose a sí mismo en la persona que tiene sus mismas cualidades, virtudes y defectos.

Mucho es lo que hablan los predicadores sobre la verdad, pero, ¿es acaso posible conocer la verdad cuando existe en nosotros amor propio?.

Sólo acabando con el amor propio, sólo con la mente libre de supuestos, podemos experimentar, en ausencia del yo, eso que es la Verdad.

Muchos criticarán esta obra de la «Revolución de la Dialéctica». Como siempre, los pseudo‑sapientes se reirán de los planteamientos revolucionarios por el delito de no coincidir estas enseñanzas con los "supuestos mentales" y complicadas teorías que éstos tienen en su memoria.

Los eruditos no son capaces de escuchar con mente espontánea, libre de supuestos mentales, teorías, preconceptos, etc., la Psicología Revolucionaria. No son capaces de abrirse a lo nuevo con mente íntegra, con mente no dividida por el batallar de las antítesis.

Los eruditos sólo escuchan para comparar con sus supuestos almacenados en la memoria. Los eruditos sólo escuchan para traducir de acuerdo con su lenguaje de prejuicios y preconceptos y llegar a la conclusión de que las enseñanzas de la Revolución de la Dialéctica son fantasía. Así son siempre los eruditos, sus mentes están ya tan degeneradas que no son capaces de descubrir lo nuevo.

El yo en su soberbia quiere que todo coincida con sus teorías y supuestos mentales. El yo quiere que todos sus caprichos se cumplan y que el Cosmos en su totalidad se someta a sus experimentos de laboratorio.

El ego aborrece a todo aquel que le hiera el amor propio. El ego adora sus teorías y preconceptos.

Muchas veces aborrecemos a alguien sin motivo alguno. ¿Por qué? Sencillamente, porque ese alguien personifica algunos errores que nosotros cargamos bien escondidos y no nos puede gustar que otro los exhiba. Realmente, los errores que a otros endilgamos, los llevamos nosotros muy adentro.

Nadie es perfecto en este mundo, todos nosotros estamos cortados por la misma tijera. Cada uno de nosotros es un mal caracol entre el seno de la Gran Realidad.

Quien no tiene un defecto en determinada dirección, lo tiene en otra dirección. Algunos no codician dinero, pero codician fama, honores, amores, etc. Otros, no adulteran con la mujer ajena, pero gozan adulterando doctrinas, mezclando credos en nombre de la Fraternidad Universal.

Algunos no celan a la mujer propia, pero celan amistades, credos, sectas, cosas, etc. Así somos los seres humanos, cortaditos siempre por la misma tijera.

No hay ser humano que no se adore a sí mismo. Nosotros hemos escuchado a individuos que gozan horas y horas enteras hablando de sí mismos, de sus maravillas, de su talento, de sus virtudes, etc.

El ego se quiere tanto a sí mismo que llega a envidiar el bien ajeno. Las mujeres se engalanan con muchas cosas, en parte por vanidad y en parte por despertar la envidia de las demás mujeres. Todas envidian a todas. Todas envidian el vestido ajeno, el bonito collar, etc. Todas se adoran a sí mismas y no quieren verse por debajo de las demás, son narcisistas ciento por ciento.

Algunos pseudo‑ocultistas, o hermanos de muchas sectas, se adoran tanto a sí mismos que han llegado a creerse pozos de humildad y santidad. Se sienten orgullosos de su propia humildad. Son terriblemente orgullosos.

No hay hermanita o hermanito pseudo‑ocultista que en el fondo no presuma de santidad, esplendor y belleza espiritual.

Ningún hermanito o hermanita pseudo‑ocultista se cree malo o perverso, todos presumen de santos y perfectos, aún cuando realmente sean, no sólo malos, sino además, perversos.

El querido ego se adora demasiado a sí mismo y presume, aún cuando no lo diga, de bueno y perfecto.