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La Revolución de la Dialectica: Capítulo 43.- La Transformación de las Impresiones

LA TRANSFORMACIÓN DE LAS IMPRESIONES

Vamos a hablar de la transformación de la vida y esto es posible si uno se lo propone profundamente.

Transformación, significa que una cosa cambia en otra cosa diferente. Es lógico que todo es susceptible a cambios.

Existen transformaciones muy conocidas en la materia. Nadie podría negar, por ejemplo, que el azúcar se transforma en alcohol y que éste se convierte en vinagre por la acción de los fermentos. Esta es la transformación de una sustancia molecular. Uno sabe de la vida química de los elementos, por ejemplo, el radio se transforma lentamente en plomo.

Los alquimistas de la Edad Media hablaban de la transmutación del plomo en oro. Sin embargo, no siempre hacían alusión a la cuestión metálica meramente física. Normalmente querían indicar con tal palabra, la transmutación del plomo de la personalidad en el oro del espíritu. Así pues, conviene que reflexionemos en todas estas cosas.

En los Evangelios, la idea del hombre terrenal, comparable éste con una semilla capaz de crecimiento, tiene la misma significación que la idea del renacimiento del hombre que nace otra vez. Es obvio que si el grano no muere la planta no nace. En toda transformación existe muerte y nacimiento.

En la Gnosis consideramos al hombre como una fábrica de tres pisos que absorbe normalmente tres alimentos.

El alimento común, que se corresponde con el piso inferior de la fábrica, a la cuestión esta del estómago. El aire, que naturalmente está en relación con el segundo piso, con los pulmones. Y las impresiones, que indubitablemente están asociadas con el tercer piso o cerebro.

El alimento que comemos sufre sucesivas transformaciones, esto es incuestionable. El proceso de la vida, en sí misma y por sí misma, es la transformación. Cada criatura del universo vive mediante la transformación de una sustancia en otra. El vegetal, por ejemplo, transforma el agua, el aire y las sales de la tierra en nuevas sustancias vegetales vitales, en elementos útiles para nosotros, como pueden ser las nueces, las frutas, las papas, el limón, etc. Así pues, todo es transformación.

Por la acción de la luz solar varían los fermentos de la naturaleza. Es incuestionable que la sensible película de la vida, que normalmente se extiende sobre la faz de la Tierra, conduce a toda la fuerza universal hacia el interior mismo del mundo planetario. Pero cada planta, cada insecto, cada criatura y el mismo animal intelectual, equivocadamente llamado hombre, absorbe, asimila determinadas fuerzas cósmicas y luego las transforma como también las transmite inconscientemente a las capas inferiores del organismo planetario. Tales fuerzas transformadas se hallan íntimamente relacionadas con toda la economía del organismo planetario en que vivimos. Indubitablemente, cada criatura, según su especie, transforma determinadas fuerzas que luego transmite al interior de la tierra para la economía del mundo. Así pues, cada criatura que tenga existencia cumple las mismas funciones.

Cuando comemos un alimento necesario para nuestra existencia, éste es transformado, claro está, en etapa tras etapa, en todos esos elementos tan indispensables para nuestra misma existencia. ¿Quién realiza dentro de nosotros esos procesos de transformación de las sustancias? El Centro Instintivo, es obvio. La sabiduría de este centro es realmente asombrosa.

La digestión, en sí misma, es transformación. El alimento en el estómago, es decir, en la parte inferior de esta fábrica de tres pisos del organismo humano, sufre transformación. Si algo entrara sin pasar por el estómago, el organismo no podría asimilar sus principios vitamínicos ni sus proteínas, eso sería sencillamente una indigestión. A medida que vamos reflexionando sobre este tema, llegamos a comprender la necesidad de pasar por una transformación.

Claro está que los alimentos físicos se transforman, pero hay algo que nos invita a la reflexión: ¿Existe en nosotros la transformación educada de las impresiones?.

Para el propósito de la naturaleza propiamente dicha no hay necesidad alguna de que el animal intelectual, equivocadamente llamado hombre, transforme realmente las impresiones. Pero un hombre puede transformar sus impresiones por sí mismo, poseyendo, naturalmente, un conocimiento, dijéramos, de fondo, y hay que comprender el por qué de esa necesidad.

Resultaría magnifico transformar las impresiones. La mayoría de las gentes, como se ven en el terreno de la vida práctica, creen que este mundo físico les va a dar lo que anhelan y buscan. Realmente, ésta es una tremenda equivocación. La vida, en si misma, entra en nosotros, a nuestro organismo, en forma de meras impresiones. Lo primero que debemos comprender es el significado del trabajo esotérico relacionado íntimamente con el mundo de las impresiones.

¿Qué necesitamos transformarlas? ¡Es verdad! Uno no podría realmente transformar su vida si no transforma las impresiones que le llegan a la mente.

Las personas que lean estas líneas deben reflexionar en lo que aquí se está diciendo. Estamos hablando de algo muy revolucionario, pues todo el mundo cree que lo físico es lo real, pero si nos vamos un poco más a fondo, vemos que lo que realmente estamos recibiendo a cada instante, en cada momento, son meras impresiones.

Si vemos una persona que nos agrada o desagrada, lo primero que obtenemos son impresiones de esa naturaleza, ¿verdad? Esto no lo podemos negar. La vida es una sucesión de impresiones, no como creen los ignorantes ilustrados, que es una cosa física de tipo exclusivamente materialista. ¡La realidad de la vida son sus impresiones!.

Claro está que las ideas que estamos emitiendo resultan no muy fáciles de captar, de aprehender. Es posible que los lectores tengan la certeza de que la vida existe como tal mas no como sus impresiones. Están tan sugestionados por este mundo físico que, obviamente, así piensan. La persona que vemos sentada, por ejemplo, en una silla, allá, con tal o cual traje de color; Aquél que nos saluda, aquél que nos sonríe, etc., son para nosotros realmente verdad.

Pero, si meditamos profundamente en todos ellos, llegamos a la conclusión de que lo real son las impresiones. Estas llegan, naturalmente, a la mente a través de la ventana de los sentidos.

Si no tuviéramos los sentidos, por ejemplo, ojos para ver, ni oídos para oír, ni boca para gustar los alimentos que ingiere nuestro organismo. ¿Existiría para nosotros eso que se llama mundo físico? Claro que no, absolutamente no.

La vida nos llega en forma de impresiones y es allí, precisamente, donde existe la posibilidad de trabajar sobre nosotros mismos. Ante todo, ¿qué debemos hacer? Hay que comprender el trabajo que debemos hacer. ¿Cómo podríamos lograr una transformación psicológica de sí mismos? Pues efectuando un trabajo sobre las impresiones que estamos recibiendo a cada instante, a cada momento. Este primer trabajo recibe el nombre de Primer Choque Consciente. Este se relaciona con estas impresiones que son todo cuanto conocemos del mundo exterior. ¿Qué tamaño tienen las verdaderas cosas, las verdaderas personas?.

Necesitamos transformarnos internamente cada día. Al querer transformar nuestro aspecto psicológico necesitamos trabajar sobre las impresiones que entran a nosotros.

¿Por qué llamamos al trabajo sobre la transformación de las impresiones, el Primer Choque Consciente? Porque el "choque" es algo que no podríamos observar en forma meramente mecánica. Esto jamás podría hacerse de manera mecánica, se necesita un esfuerzo auto‑consciente. Es claro que cuando se comience a comprender este trabajo, se comenzará a dejar de ser el hombre mecánico que sirve a los fines de la naturaleza.

Si se piensa ahora en todo el significado de todo cuanto se les enseña aquí, por vía del esfuerzo propio, empezando por la observación de sí mismo, verán que en el lado práctico del trabajo esotérico todo se relaciona íntimamente con la transformación de las impresiones y lo que resulta naturalmente de las mismas.

El trabajo, por ejemplo, en las emociones negativas, sobre los estados de ánimo enojosos, sobre la identificación, sobre la auto-consideración, sobre los yoes sucesivos, sobre la mentira, sobre la auto-justificación, sobre la disculpa, sobre los estados inconscientes en los que nos encontramos, se relaciona en todo con la transformación de las impresiones y lo que resulta de todo ello. Convendrá que, en cierto modo, el trabajo sobre sí mismos se compare a la disección, en el sentido de lo que es una transformación. Es necesario formar un elemento de cambio en el lugar de entrada de las impresiones, no lo olviden.

Mediante la comprensión del trabajo, ustedes pueden aceptar la vida como un trabajo, realmente entonces entrarán en un estado constante de recuerdo de sí mismos, llegará a ustedes naturalmente el terrible realismo de la transformación de las impresiones. Las mismas impresiones, normalmente, o supra‑normalmente dijéramos mejor, los llevaría a una vida mejor en lo que a ustedes naturalmente respecta y ya no obrarían más sobre todos ustedes como lo hacían en el comienzo de su propia transformación.

Pero mientras ustedes sigan pensando de la misma manera, tomando la vida de la misma manera, es claro que no habrá ningún cambio en ustedes. Transformar las impresiones de la vida es transformarse uno mismo. Esta forma enteramente nueva de pensar nos ayuda a efectuar tal transformación. Todo este discurso está basado exclusivamente sobre la forma radical de transformarnos. Si uno no se transforma nada logra.

Comprenderán ustedes, naturalmente, que la vida nos exige continuamente reaccionar. Todas esas reacciones forman nuestra vida personal. Cambiar la vida de uno es cambiar realmente nuestras propias reacciones. La vida exterior nos llega como meras impresiones que nos obligan incesantemente a reaccionar en una forma, dijéramos, estereotipada. Si las reacciones que forman nuestra vida personal son todas de tipo negativo, entonces también nuestra vida será negativa.

La vida consiste en una serie sucesiva de reacciones negativas que se dan como respuestas incesantes a las impresiones que llegan a la mente. Luego, nuestra tarea consiste en transformar las impresiones de la vida de modo que no provoquen este tipo de respuesta negativa. Pero para lograrlo es necesario estar auto‑observándose de instante en instante, de momento en momento. Es urgente, pues, estar estudiando nuestras propias impresiones.

No se puede dejar que las impresiones lleguen de un modo subjetivo y mecánico. Si comenzamos con dicho control, esto equivale a empezar la vida, a empezar a vivir más conscientemente. Un individuo puede darse el lujo de que las impresiones no lleguen mecánicamente, al actuar así, transforma las impresiones y entonces empieza a vivir conscientemente.

El Primer Choque Consciente consiste en transformar las impresiones que nos llegan. Si se consigue transformar las impresiones que llegan a la mente en el momento de su entrada, se consiguen magníficos resultados que benefician a nuestra existencia.

Siempre se puede trabajar en el resultado de las impresiones. Claro está que caducan sin efecto mecánico ya que esta mecanicidad suele ser desastrosa en el interior de nuestra psiquis.

Este trabajo esotérico gnóstico debe ser llevado hasta el punto donde entran las impresiones, porque son distribuidas mecánicamente en lugares equivocados por la personalidad para evocar antiguas reacciones.

Voy a tratar de simplificar esto. Pongamos como ejemplo lo siguiente: Si arrojamos una piedra a un lago cristalino, en el lago se producen impresiones y la respuesta a esas impresiones dadas por la piedra se manifiesta en ondas que van desde el centro a la periferia.

Ahora, imagínense a la mente como un lago. De pronto, aparece la imagen de una persona, esa imagen es como la piedra de nuestro ejemplo que llega a la mente. Entonces, la mente reacciona en forma de impresiones. Las impresiones son las que produce la imagen que llega a la mente y las reacciones son las respuestas a tales impresiones.

Si se tira una pelota contra un muro, el muro recibe las impresiones, luego viene la reacción que consiste en el regreso de la pelota a quien la mandó. Bueno, puede ser que no llegue directamente pero de todas maneras rebota la pelota y eso es reacción.

El mundo está formado por impresiones, por ejemplo: Nos llega la imagen a la mente a través de los sentidos. No podemos decir que ha llegado la mesa o que la mesa se ha metido en nuestro cerebro, eso es absurdo, pero sí está metida la imagen de la mesa, entonces nuestra mente reacciona inmediatamente diciendo: Esta es una mesa de madera o de metal, etc.

Hay impresiones que no son muy agradables, por ejemplo: Las palabras de un insultador ¿no? ¿Podríamos transformar las palabras de un insultador?.

Las palabras son como son, entonces, ¿qué podríamos hacer? Transformar las impresiones que tales palabras nos producen y esto es posible. La Enseñanza gnóstica nos enseña a cristalizar la Segunda Fuerza, el Cristo en nosotros, mediante el postulado que dice: "Hay que recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes".

En el postulado anterior se encuentra el modo de transformar las impresiones que producen en nosotros las palabras de un insultador. Recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes. Este postulado nos llevará naturalmente hasta la cristalización de la Segunda Fuerza, el Cristo en nosotros; hará que el Cristo venga a tomar forma en nosotros.

Si del mundo físico no conocemos sino las impresiones, entonces, propiamente, el mundo físico no es tan externo como creen las gentes. Con justa razón dijo Emmanuel Kant: "Lo exterior es lo interior". Si lo interior es lo que cuenta, debemos pues transformar lo interior. Las impresiones son interiores, por lo tanto, todos los objetos y cosas, todo lo que vemos, existe en nuestro interior en forma de impresiones.

Si nosotros no transformamos las impresiones nada cambiará en nosotros. La lujuria, codicia, orgullo, odio, etc., existen en forma de impresiones dentro de nuestra psiquis que vibra incesantemente.

El resultado mecánico de tales impresiones han sido todos esos elementos inhumanos que llevamos dentro y que normalmente los hemos llamado yoes, que en su conjunto, constituyen el mí mismo, el sí mismo.

Supongamos, como ejemplo, que un individuo ve a una mujer provocativa y que no transforma esas impresiones, el resultado será que las mismas, de tipo lujurioso, producen en él el deseo de poseerla. Tal deseo viene a ser el resultado de la impresión recibida y se cristaliza, toma forma en nuestra psiquis y se convierte en un agregado más, es decir, en un elemento inhumano, unnuevo tipo de yo lujurioso que viene a agregarse a la suma de elementos inhumanos que en su totalidad constituyen el ego.

En nosotros existe ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza y gula. Ira, ¿por qué? Porque muchas impresiones llegaron a nosotros, a nuestro interior, y nunca las transformamos. El resultado mecánico de tales impresiones de ira forman los yoes que existen y que vibran en nuestra psiquis y que constantemente nos hacen sentir coraje.

Codicia, ¿por qué? Indubitablemente, muchas cosas despertaron en nosotros codicia: el dinero, las joyas, las cosas materiales de toda clase, etc. Esas cosas, esos objetos, llegaron a nosotros en forma de impresiones. Nosotros cometimos el error de no haber transformado esas impresiones en otras cosas diferentes, en una atracción por la belleza, en alegría, etc. Tales impresiones no transformadas, naturalmente se convirtieron en yoes de codicia que ahora cargamos en nuestro interior.

Lujuria, ¿por qué? Ya dije que distintas formas de lujuria llegaron a nosotros en forma de impresiones, es decir, surgieron en el interior de nuestra mente imágenes de tipo erótico cuya reacción fue la lujuria. Como quiera que nosotros no transformamos esas ondas lujuriosas, ese erotismo malsano, naturalmente que el resultado no se hizo esperar, nacieron nuevos yoes morbosos en nuestra psiquis.

Así pues, hoy mismo nos toca trabajar sobre las impresiones que tengamos en nuestro interior y sobre sus resultados mecánicos. Dentro tenemos impresiones de ira, codicia, gula, orgullo, pereza, envidia y lujuria. También tenemos dentro los resultados mecánicos de tales impresiones, manojo de yoes pendencieros y gritones que ahora necesitamos comprender y eliminar.

Tal trabajo de nuestra vida consiste en saber transformar las impresiones, y también, en saber eliminar los resultados mecánicos de impresiones no transformadas en el pasado.

El mundo exterior propiamente no existe. Lo que existen son impresiones y las impresiones son interiores, y las reacciones de tales impresiones son completamente interiores.

Nadie podría decir que está viendo un árbol en sí mismo. Estará viendo la imagen del árbol pero no el árbol. La cosa en él, como decía Emmanuel Kant, nadie la ve, se ve la imagen de las cosas, es decir, surge en nosotros la impresión sobre un árbol, sobre una cosa, y éstas son internas, son de la mente.

Si uno no hace modificaciones propias, internas, el resultado no se deja esperar: se produce el nacimiento de nuevos yoes que vienen a esclavizar aún más a nuestra esencia, a nuestra conciencia, que vienen a intensificar más el sueño en que vivimos.

Cuando se comprende realmente todo lo que existe dentro de uno mismo con relación al mundo físico, que no son más que impresiones, se comprende también la necesidad de transformar esas impresiones, y al hacerlo, se produce la transformación de uno mismo.

No hay cosa que duela más que la calumnia o las palabras de un insultador. Si uno es capaz de transformar las impresiones que nos producen tales palabras, pues esas quedan entonces sin valor alguno, es decir, quedan como un cheque sin fondos. Ciertamente, las palabras de un insultador no tienen más valor que el que les da el insultado. Así que si el insultado no les da valor, repito, quedan como un cheque sin fondos. Cuando uno comprende esto, transforma entonces las impresiones de tales palabras, por ejemplo, en algo distinto, en amor, en compasión por el insultador y esto, naturalmente, significa transformación. Así pues, necesitamos estar transformando incesantemente las impresiones, no sólo las presentes sino las pasadas y las futuras.

Dentro de nosotros existen muchas impresiones que cometimos el error en el pasado de no haberlas transformado, y muchos resultados mecánicos de las mismas que son los tales yoes que ahora hay que desintegrar, aniquilar, a fin de que la conciencia quede libre y despierta.

Es indispensable reflexionar sobre lo que estoy diciendo. Las cosas, las personas, no son más que impresiones dentro de nosotros, dentro de nuestras mentes. Si transformamos esas impresiones, transformamos radicalmente nuestra vida.

Cuando en uno hay, por ejemplo, orgullo, éste tiene por basamento a la ignorancia. Sentirse, por ejemplo, una persona orgullosa de su posición social, de su dinero. Pero si esa persona, por ejemplo, piensa que su posición social es una cuestión meramente mental, que son una serie de impresiones que han llegado a su mente, impresiones sobre su estado social; cuando piensa que tal estado no es más que una cuestión mental o cuando analiza la cuestión de su valor, viene a darse cuenta que su posición existe en su mente en forma de impresiones. Esa impresión que produce el dinero y la posición social, no es más que las impresiones externas de la mente. Con el solo hecho de comprender que son sólo impresiones de la mente, hay transformación sobre las mismas. Entonces, el orgullo, por sí mismo, decae, se desploma y nace en forma natural en nosotros la humildad.

Continuando el estudio de los procesos de la transformación de las impresiones, proseguiré con algo más. Por ejemplo, una imagen de una mujer lujuriosa llega a la mente o surge en la mente, tal imagen es una impresión, eso es obvio. Nosotros podríamos transformar esa impresión lujuriosa mediante la comprensión. Bastaría con que pensáramos en ese instante que esa mujer ha de morir y que su cuerpo se volverá polvo en el panteón, y si con la imaginación viésemos su cuerpo en desintegración dentro de la sepultura, sería esto más que suficiente como para transformar esa impresión lujuriosa en castidad. Si no se transforma, se sumará a los otros yoes de la lujuria.

Conviene que mediante la comprensión transformemos las impresiones que surgen en la mente. Resulta altamente lógico que el mundo exterior no es tan exterior como normalmente se cree. Es interior todo lo que nos llega del mundo porque no son más que impresiones internas.

Nadie podría meter un árbol dentro de su mente, una silla, una casa, un palacio, una piedra. Todo llega a nuestra mente en forma de impresiones, eso es todo; impresiones de un mundo que llamamos exterior y que realmente no es exterior como se cree. Resulta impostergable que nosotros transformemos las impresiones mediante la comprensión. Si alguien nos saluda, nos alaba, ¿cómo podríamos transformar la vanidad que tal o cual adulador podría provocar en nosotros? Obviamente, las alabanzas, las adulaciones, no son más que impresiones que nos llegan a la mente y ésta reacciona en forma de vanidad; pero si se transforman esas impresiones, la vanidad se hace imposible. ¿Cómo se transformarían las palabras de un adulador? Mediante la comprensión. Cuando uno realmente comprende que no es más que una infinitesimal criatura en un rincón del Universo, de hecho transforma por sí mismo esas impresiones de alabanza, de lisonja, en algo distinto; convierte a tales impresiones en lo que son: polvo, polvareda cósmica, porque comprende uno su propia posición.

Sabemos que la Galaxia en que vivimos está compuesta por millones de mundos. ¿Qué es la Tierra? Es una partícula de polvo en el infinito. Y si nosotros dijéramos que somos unos organismos micro-orgánicos de esa partícula, ¿entonces qué? Si nosotros comprendiéramos esto cuando nos adulan, haríamos una transformación de las impresiones que se relacionan con la lisonja y la adulación o alabanza y no reaccionaríamos como resultado en forma de orgullo.

Tanto más reflexionemos en esto, veremos más y más la necesidad de una transformación completa de las impresiones.

Todo lo que vemos externo es interior. Si no trabajamos con el interior vamos por el camino del error porque no modificaremos nuestros hábitos. Si queremos ser distintos, necesitamos transformarnos íntegramente, y debemos empezar por transformar las impresiones. Transformando las impresiones animales y bestiales en elementos de devoción, entonces surge en nosotros la transformación sexual, la transmutación.

Incuestionablemente, este aspecto de las impresiones merece ser analizado en forma clara y precisa. La personalidad, que hemos recibido o adquirido, recibe las impresiones de la vida pero no las transforma porque prácticamente es algo muerto.

Si las impresiones cayeran directamente sobre la Esencia, es obvio que serían transformadas porque, de hecho, ella las depositaría exactamente en los centros correspondientes de la máquina humana.

Personalidad es el término que se aplica a todo cuanto adquirimos. Es claro que traduce impresiones de todos los lados de la vida de un modo limitado y prácticamente estereotipado con arreglo a su calidad y asociación.

A este respecto, en el trabajo esotérico gnóstico, se compara a veces a la personalidad como una pésima secretaria que está en la oficina de enfrente, que se ocupa de todas las ideas, conceptos, preconceptos, opiniones y prejuicios. Tiene muchísimos diccionarios, enciclopedias de todo género, libros de referencia, etc., y está comunicada con los centros, es decir, el mental, el emocional y los centros físicos -intelectual, motor, emocional, instintivo y sexual-, con arreglo a sus inusitadas ideas. Como consecuencia o corolario, resulta de ello que se pone en comunicación casi siempre con centros equivocados. Esto significa que las impresiones que llegan son enviadas a centros equivocados, es decir, a lugares que no le corresponden, produciendo, naturalmente, resultados equivocados.

Pondré un ejemplo para que se me entienda mejor: Supongamos que una mujer atiende con mucha consideración y respeto a un caballero; claro es que las impresiones que el caballero está recibiendo en su mente son recibidas por la personalidad y ésta las manda a centros equivocados. Normalmente las manda al centro sexual y este caballero llega a creer firmemente que la dama está enamorada de él, y como es lógico, no tarda mucho tiempo en que él se apresure a hacerle insinuaciones de tipo amoroso. Indubitablemente, si aquella dama jamás ha tenido esa clase de preocupaciones por el caballero, no deja de sentirse, con mucha razón, sorprendida. Ese es el resultado de una pésima transformación de las impresiones. Vemos aquí cuán mala secretaria es la personalidad. Indiscutiblemente, la vida de un hombre depende de esta secretaria que busca la transformación en sus libros de referencia, sin comprender en absoluto lo que significa en realidad el suceso y transmite, en consecuencia, sin preocupaciones por lo que pueda ocurrir, pero sintiendo únicamente que está cumpliendo con su deber.

Esta es nuestra situación interior. Lo que importa comprender en esta alegoría es que la personalidad humana que nosotros adquirimos y que debemos adquirir, empieza a hacerse cargo de nuestra vida.

Incuestionablemente, es inútil imaginar que esto sucede solamente a ciertas y determinadas personas, les sucede a todos quien quiera que sea.

Prueba de ello se halla en la observación de que sí existen numerosas reacciones características producidas por las impresiones que nos llegan. Estas reacciones mecánicas, desgraciadamente, nos gobiernan. Es claro que cada cual en la vida, está gobernado por la vida misma, no importa que se llame liberal o conservador, revolucionario o bolchevique, bueno o malo en el sentido de la palabra.

Es obvio que estas reacciones ante los impactos del mundo exterior constituyen nuestra propia vida. La humanidad, en este sentido, podemos decir en forma enfática, que es completamente mecanicista.

Cualquier hombre, en la vida, se ha formado una enorme cantidad de reacciones que vienen a ser las experiencias prácticas de su existencia. Es claro que toda acción produce su reacción, acciones de cierto tipo, y a tales reacciones se les llama experiencias.

Lo importante sería, por ejemplo, a fin de conocer mejor nuestras acciones y reacciones, poder relajar la mente. Esto del "relajamiento mental" es magnífico. Recostarse uno en su lecho o en un cómodo sillón, relajar todos los músculos pacientemente y luego vaciar la mente de toda clase de pensamientos, deseos, emociones, recuerdos. Cuando la mente está quieta, cuando la mente está en silencio, podemos conocernos mejor a sí mismos. En tales momentos de quietud y silencio mental, es cuando realmente venimos a vivenciar en forma directa el crudo realismo de todas las acciones de la vida práctica.

Cuando la mente se encuentra en absoluto reposo, vemos a multitud de elementos y sub‑elementos, acciones y reacciones, deseos, pasiones, etc., como algo ajeno a nosotros, pero que aguarda el instante preciso para poder realizar su control sobre nosotros mismos, sobre nuestra personalidad. He ahí el motivo por el cual vale el silencio y la quietud de la mente. Obviamente, la relajación del entendimiento es benéfica en el sentido más completo de la palabra, pues nos conduce al auto-conocimiento individual.

Así es que toda la vida, es decir, la vida exterior, lo que vemos y vivimos, es para cada persona su reacción a las impresiones que llegan del mundo físico.

Es un gran error pensar que lo que es llamado vida sea una cosa fija, sólida, la misma para cualquier persona. Ciertamente, no hay una sola persona que tenga las mismas impresiones que con respecto a la vida existen en el género humano, porque son infinitas.

La vida, ciertamente, son nuestras impresiones en ella y es claro que nosotros podemos, si nos lo proponemos, transformar tales impresiones. Pero como se dijo, esta es una idea muy difícil de entender o comprender, debido a que es muy poderoso el hipnotismo de los sentidos.

Aunque parezca increíble, todos los seres humanos se hallan en estado de "hipnotismo colectivo". Tal hipnosis es producida por el estado residual del abominable órgano Kundartiguador; cuando se eliminó éste, quedaron los diversos agregados psíquicos o elementos inhumanos que en su conjunto constituyen el mí mismo, el sí mismo. Estos elementos y sub‑elementos, a su vez, condicionan a la conciencia y la mantienen en estado de hipnosis. Así pues, existe la hipnosis de tipo colectivo. ¡Todo el mundo está hipnotizado!.

La mente está enfrascada en el mundo de los cinco sentidos y no acierta a comprender cómo podría independizarse de ellos, cree firmemente que es un Dios. Nuestra vida interior, la verdadera vida de pensamiento y sentimiento, sigue siendo confusa para nuestras concepciones meramente razonativas e intelectivas. No obstante, al mismo tiempo sabemos muy bien que el lugar donde realmente vivimos es nuestro mundo de pensamiento y sentimiento, esto es algo que nadie puede negar.

La vida son nuestras impresiones y éstas pueden ser transformadas. Necesitamos aprender a transformar nuestras impresiones, empero, no es posible transformar cosa alguna en nosotros si seguimos apegados al mundo de los cinco sentidos.

Como he dicho en mi «Tratado de Psicología Revolucionaria», la experiencia enseña a uno que el trabajo esotérico gnóstico, si es negativo, se debe a la culpa propia.

Desde el punto de vista sensorial es que ésta o aquella persona del mundo exterior a quien uno ve y oye por medio de los ojos y los oídos, tiene la culpa; esta persona a su vez dirá que nosotros somos los culpables, pero realmente la culpa está en las impresiones que nosotros tengamos sobre las personas. Muchas veces pensamos que una persona es perversa cuando en el fondo es una mansa oveja.

Conviene mucho aprender a transformar todas las impresiones que tengamos sobre la vida. "Hay que aprender a recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes".