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El Quinto Evangelio.- Raíces Luciféricas de la Gran Obra

RAÍCES LUCIFÉRICAS DE LA GRAN OBRA

Queridos hermanos: hoy nos encontramos aquí reunidos con el propósito de investigar, estudiar y definir el camino que ha de conducirnos a la Liberación final.

Los antiguos alquimistas medievales hablaban sobre la “Gran Obra”, y eso es bastante interesante...

En el suelo, en el piso de las antiguas catedrales góticas, se veían multitud de círculos concéntricos, formando un verdadero laberinto que llegaba o iba del centro a la periferia y de la periferia al centro. Mucho es lo que se ha dicho sobre los laberintos; también habla la tradición sobre el laberinto de Creta y sobre el famoso Minotauro Cretense.

Ciertamente, en Creta se encontró recientemente un laberinto (lo llamaban “ABSOLUM”; como quien dice: “ABSOLUTO”). “ABSOLUTO” es el término que utilizaban los alquimistas medievales para designar a la Piedra Filosofal. He ahí, pues, un gran misterio.

Nosotros necesitamos, como Teseo, el HILO DE ARIADNA para salir de aquel laberinto misterioso. Obviamente, hay que entrar y salir del laberinto.

En el centro se encontraba siempre el Minotauro. Teseo logró vencerlo (he allí la tradición griega). Nosotros también necesitamos vencerlo, necesitamos destruir al Ego animal. Para llegar al centro del laberinto, donde está el Minotauro, hay que luchar muchísimo. Hay innumerables teorías, escuelas de toda especie, organizaciones de todo tipo. Unas dicen que el camino es por allá, otras que por aquí, otras que por acullá, y nosotros tenemos que orientarnos en medio de ese gran laberinto de teorías y de conceptos antitéticos, si es que queremos, en verdad, llegar hasta el centro viviente del mismo, porque es precisamente en el centro donde podemos hallar al Minotauro. Cuando uno ha logrado llegar al centro del laberinto, tiene que ingeniárselas para salir de él. Teseo, mediante un hilo misterioso (el “Hilo de Ariadna”), logró salir del extraño laberinto.

Eso de “Ariadna” se nos parece a HIRAM, el Maestro Secreto de que habla la masonería oculta y que todos debemos resucitar dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. “Ariadna” también nos indica a la “Araña”, símbolo del Alma que teje el telar del destino incesantemente.

Así pues, hermanos, ha llegado la hora de reflexionar...

Pero, ¿cuál es en realidad ese “Hilo de Ariadna”?, ¿cuál es ese hilo que salva el Alma, que le permite salir de ese misterioso laberinto para llegar hasta su Real Ser interior? Mucho se ha hablado sobre el particular; los grandes alquimistas pensaban que era la Piedra Filosofal. Nosotros estamos de acuerdo con eso, pero vamos un poquito más lejos, de acuerdo con nuestras disquisiciones, pues, en verdad que la Piedra Filosofal está simbolizada en la Catedral de Notre Dame de París por Lucifer (ahora comprenderemos por qué la Piedra Filosofal está en el sexo mismo). Entonces, descubrimos en el sexo a Lucifer.

Es Lucifer, pues, el “Hilo de Ariadna” que ha de conducirnos hasta la Liberación final. Esto parece algo así, dijéramos, como antitético o paradójico, porque todos han conceptuado que Lucifer (el Diablo, Satanás) es el mal. Necesitamos de la autorreflexión evidente, si es que queremos ahondar en el Gran Arcano. Ese Lucifer que encontramos en el sexo, es la Piedra Viva, “cabecera del ángulo”, la Piedra Maestra, la Piedrecita del Rincón (en la Catedral de Notre Dame de París), la Piedra de la Verdad. Ahondar un poco, pues, en estos misterios, es indispensable cuando se trata de conocer el “Hilo de Ariadna”...

Vuelvo a recordarles a ustedes, los famosos Santuarios Sagrados de los auténticos Gnósticosrosacruces (esoteristas de la Edad Media): cuando el neófito era conducido hasta el centro del Lumisial, llevaba los ojos vendados. Alguien le arrancaba la venda y entonces el neófito, atónito y perplejo, contemplaba una figura insólita. Allí estaba, ante su presencia, el MACHO CABRIO de Méndez (figura extraña, el Diablo). En su frente lucían los cuernos, sobre su cabeza una antorcha de fuego (sin embargo, algo indicaba que se trataba de un símbolo). En el Lumisial de la Iniciación, el neófito se hallaba ante la figura de TIPHÓN BAPHOMETO, la terrible figura del Arcano 15 de la Cábala (la antorcha, ardiendo sobre su cabeza, brillaba. Además, la Estrella Flamígera de cinco puntas, con el ángulo superior hacia arriba y los dos ángulos inferiores hacia abajo, nos indica que no se trataba de una figura tenebrosa).

Se le ordenaba al neófito, besar el trasero al Diablo. Si el neófito desobedecía, se le ponía otra vez la venda y se le sacaba por una puerta secreta (todo esto sucedía a la media noche; jamás el neófito sabía por dónde había entrado ni por dónde había salido, porque los Iniciados se reunían siempre a la media noche, teniendo sumo cuidado para no ser víctimas de la Inquisición). Mas si el neófito obedecía, entonces en aquel cubo (sobre el cual estaba sentada la figura del Baphometo) se abría una puerta. Por allí salía una Isis que recibía al Iniciado con los brazos abiertos, dándole, enseguida, un ósculo santo en la frente. Desde ese momento, aquel neófito era un nuevo hermano, Iniciado de la Orden.

Ese Macho Cabrío, ese Tiphón Baphometo, ese Lucifer, resulta bastante interesante, porque es la energía sexual, la energía que hay que saber utilizar, si es que queremos realizar la Gran Obra.

Ahora entenderán ustedes por qué Tiphón Baphometo, el Macho Cabrío de Méndez, representa a la Piedra Filosofal, al sexo. Es con esa fuerza tremenda con la hay que trabajar. Recordemos que el “Arca de la Alianza”, en los antiguos tiempos, tenía cuatro cuernos de Macho Cabrío en las cuatro esquinas (correspondientes a los cuatro puntos cardinales de la Tierra) y cuando era transportada, se le asía o agarraba siempre por esos cuatro cuernos).

Moisés (en el Sinaí) se transformó. Cuando bajó, le vieron los clarividentes con dos rayos de luz en la frente, semejantes a los del Macho Cabrío de Méndez. Por eso es que Miguel Ángel, al cincelarlo en la piedra viva, puso en su cabeza aquellos simbólicos cuernos.

Es que el Macho Cabrío representa a la fuerza sexual, mas también al Diablo; pero ese Diablo o Lucifer, es la misma potencia viril que debidamente transmutada, nos permite la Autorrealización íntima del Ser. Por eso se ha dicho que “Lucifer es el Príncipe de los Cielos, de la Tierra y de los Infiernos”.

En las antiguas catedrales góticas todo esto estaba previsto. Hasta la planta de los templos estaba organizada en forma de cruz, y esto nos recuerda a la “crucis”, “crux”, “crisol”, etc. Ya sabemos que el palo vertical de la cruz es masculino y que el horizontal es femenino. En el cruce de ambos, se halla la clave de todos los misterios. El cruce de ambos, es el “crisol” de los alquimistas medievales, en el cual hay que “cocer” y “recocer” y volver a “cocer” la materia prima de la Gran Obra. Esa “materia prima” es el Esperma Sagrado, que transformado se convierte en energía. Es con esa sutilísima energía con la que podemos nosotros abrir un “Chacra”, despertar todos los poderes ocultos (mágicos), crear los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser, etc. Esto es bastante importante, bastante interesante...

La cruz, en sí misma, es un símbolo sexual. En la cruz está el Lingam-Yoni del Gran Arcano. En los dos maderos atravesados de la cruz, están las huellas de los tres clavos. Esos tres clavos, si bien es cierto que permiten abrir los estigmas del Iniciado (o sea, los “Chacras” de las palmas de las manos y de los pies, etc.), también simbolizan, en sí mismos, las TRES PURIFICACIONES del Cristo en substancia, (he ahí otro misterio trascendental).

En todo caso, mis caros hermanos, realizar la Gran Obra es para lo único que vale la pena vivir. Pedro, el amado discípulo de nuestro Señor el Cristo, tiene como Evangelio al Gran Arcano, a los Misterios del Sexo. Por eso fue que Jesús lo llamó “Petrus” (PIEDRA): “Tú eres Piedra y sobre esa Piedra edificaré mi Iglesia”. Es pues, el sexo, la Piedra Básica, la Piedra Cúbica, la Piedra Filosofal que nosotros debemos cincelar, a base de cincel y martillo, para transformarla en la Piedra Cúbica perfecta. Esa Piedra sin cincelar (la Piedra bruta, en sí misma), es Lucifer. Ya cincelada es nuestro LOGOI INTERIOR, el “Arché” de los griegos. Lo importante es, pues, cincelarla, trabajar con ella, elaborarla, darle forma cúbica perfecta...

Entre los discípulos del Cristo hay verdaderos prodigios y maravillas. Recordemos por un momento a Santiago, a ese gran Maestro. Dicen que es el que más se parecía al Gran Kabir Jesús; lo llamaban el “hermano del Señor”, y es obvio que disponía de grandes poderes psíquicos, mágicos. Santiago fue el primero que después de la muerte del Gran Kabir, ofició la Misa Gnóstica en Jerusalén. Cuentan las tradiciones que tuvo que enfrentarse al mago negro Hermógenes, en Judea. Santiago, como quiera que conocía la alta magia, combatía sabiamente al tenebroso. Si aquél usaba un “sudario” de maravillas, por ejemplo, éste lo usaba para contrarrestarlo, y si Hermógenes usaba el bastón mágico, Santiago usaba otro similar, y al fin derrotó al tenebroso en las tierras de Judea. Sin embargo, se le consideró “Mago” (y lo era, fuera de toda duda) y fue condenado a muerte. Mas algo insólito sucede: se da el caso de que el sarcófago de Santiago se suspendió en los aires, como se dice, y fue transportado a la antigua España. Cierto es que allí se habla de Santiago de Compostela, y dicen del mismo que “resucitó de entre los muertos y que en aquella tierra fue atacado por los demonios (con figura de toro), por fuego vivo”. En fin, se hablan muchas cosas sobre Santiago.

Nicolás Flamel, el gran alquimista medieval, tuvo a Santiago de Compostela como Patrón de la Gran Obra. En el camino de Santiago de Compostela, hay una calle que la llaman “de Santiago”, y también allí hay una caverna que la llaman “la cueva de la salud”. Por la época en que la gente hace peregrinaciones hacia donde está Santiago de Compostela, por esa misma época se reúnen los alquimistas (en tal cueva), los que están trabajando en la Gran Obra, los que admiran no solamente a Santiago de Compostela (al cual tienen por Patrono Bendito), sino también a Jacobo de Morai. Allí se reúnen siempre, por la época de las peregrinaciones.

Así pues, mientras las gentes están rindiendo un culto (exotérico, dijéramos) a Santiago de Compostela, los alquimistas y cabalistas están reunidos en mística asamblea para estudiar la Cábala, la Alquimia y todos los misterios de la Gran Obra. Vean ustedes los dos aspectos (exotéricos y esotéricos) del cristianismo. Indubitablemente, todo esto nos invita a la reflexión.

Jacobo de Morai, quien fuera quemado vivo durante la Inquisición, es tenido (por aquellos alquimistas y cabalistas que se reúnen en la “cueva de la salud”) en la misma forma que se tiene a Hiram Abiff como el Maestro Secreto que ha de resucitar en cada uno de nos, y a Santiago como el Bendito Patrón de la Gran Obra, y esto es bastante interesante...

La Gran Obra es lo que nos interesa a nosotros realizar, y es (creo, y con toda seguridad, afirmo) lo único para lo cual vale la pena vivir. Lo demás, no tiene la menor importancia.

Dicen que el Patrono Santiago, en Compostela, se aparece a los peregrinos con el sombrero echado hacia arriba, en su mano el bastón (el cual luce el Caduceo de Mercurio), y una concha de tortuga en el pecho, como para simbolizar a la Estrella Flamígera.

Les aconsejo que se estudien la “Epístola Universal de Santiago”, en la Biblia. Indudablemente, es maravillosa. Está dirigida a todos aquéllos que trabajamos en la Gran Obra. Dice Santiago que “la fe sin obras, es muerta en sí misma” (nada vale). Ustedes pueden escuchar aquí, de mis labios, toda la doctrina del Gran Arcano, todas las explicaciones que damos sobre los alquimistas y la Gran Obra, pero si ustedes no realizan esa Gran Obra, si no trabajan en la Gran Obra, si sólo tienen fe, nada más, y no trabajan, se parecerían (dice Santiago, y repito) “al hombre que mira un espejo, que ve su rostro en el vidrio, da la espalda y se va”, olvidándose del incidente.

Si ustedes escuchan todas las explicaciones que damos y no trabajan en la “Forja de los Cíclopes”, no fabrican los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser, se parecen a ese hombre que “se mira en el espejo, da la vuelta y se va”, porque la fe sin obras de nada vale. Se necesita que la Obra respalde a la fe; la fe debe hablar con las obras.

Dice Santiago que “necesitamos ser misericordiosos”. Eso es claro, porque si nosotros somos misericordiosos, los Señores del Karma nos juzgarán con misericordia; pero si nosotros somos despiadados, los Señores del Karma nos juzgarán en forma despiadada. Y como quiera que la misericordia tiene más poder que la justicia, es seguro que si somos misericordiosos, podremos eliminar mucho karma (todo esto nos invita a la reflexión).

Dice Santiago que nosotros “tenemos que refrenar la lengua” (aquél que sabe refrenar la lengua, puede refrenar todo el cuerpo), y nos pone como ejemplo el caso del caballo (al caballo se le pone el freno en la boca, en el hocico, y es así como logramos dominarlo, manejarlo). Lo mismo sucedería si nosotros refrenáramos la lengua; nos haríamos dueños de todo nuestro cuerpo.

Dice Santiago: “Mirad también las naves; aunque tan grandes y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón” (que es verdaderamente pequeño, en comparación con el enorme tamaño que tienen los buques). La lengua es pequeña, sí, pero, ¡que grandes incendios forma!

Se nos enseña, en esa epístola, a no jactarnos jamás de nada. Aquél que es jactancioso de sí mismo, de sus obras, de lo que ha hecho, indudablemente es soberbio, pedante, y fracasa en la Gran Obra. Necesitamos humillarnos ante la Divinidad, ser cada día más y más humildes, si es que queremos trabajar en la Gran Obra; no presumir jamás de nada, ser sencillos siempre. Eso es vital cuando se quiere triunfar en la Gran Obra, en el MAGNUS OPUS.

Aquella epístola está escrita con un doble sentido. Si ustedes la leen literalmente, no la entenderían. Así la han leído los protestantes, los adventistas, los católicos, etc., y no la han entendido. Esa Epístola tiene un doble sentido y está dirigida, exclusivamente, a los que trabajan en la Gran Obra.

En cuanto a la fe, es necesario tenerla (claro). Todo alquimista debe tener fe, todo cabalista debe tener fe, pero la fe no es algo empírico, algo que se nos dé regalado. La fe hay que fabricarla; no podemos exigirle a nadie que tenga fe. Hay que fabricarla, elaborarla.

¿Cómo se fabrica? A base de estudio y de experiencia. ¿Podría alguien tener fe, de esto que estamos nosotros diciendo aquí, si no estudia y experimenta por sí mismo? ¡Obviamente que no!, ¿verdad? Mas, conforme vayamos estudiando y experimentando, vamos comprendiendo, y de esa comprensión creadora deviene la fe verdadera. Así pues, la fe no es algo empírico. No; nosotros necesitamos fabricarla. Más tarde, sí, mucho más tarde, el Espíritu Santo, el Tercer Logos, podría consolidarla en nosotros, fortificarla y robustecerla; mas nosotros debemos fabricarla...

Otro apóstol bastante interesante (que cuenta para nosotros en este camino angosto, estrecho y difícil que llevamos), es Andrés. Se dice que él, en Nicea, conjuró a siete demonios perversos y que los hizo aparecer (ante las multitudes) en forma de siete perros que huyeron despavoridos. Mucho se ha hablado sobre Andrés, y no hay duda de que fue extraordinario, que estaba cargado de un gran poder. La realidad es que Andrés, el gran Maestro, discípulo del Cristo, fue condenado a muerte y torturado. La cruz de San Andrés nos invita a la reflexión: es una “X” (sí, una “X”). Sus dos brazos, extendidos a derecha e izquierda, y sus dos piernas abiertas de lado y lado, forman “X”, y sobre esa “X” fue crucificado San Andrés. Esa “X” es muy simbólica. En griego equivale a una “K”, que nos recuerda al CHRESTOS.

Incuestionablemente, fue magníficamente simbolizado el drama de Andrés por el gran monje Iniciado BACON. Este último, en su libro (el más extraordinario que ha escrito) denominado “El Azud”, pone una lámina en la que se ve, claramente, a un hombre muerto. Sin embargo, éste trata como de levantar la cabeza, como de desperezarse, como de resucitar, mientras dos cuervos negros le van quitando sus carnes con el acerado pico. El Alma y el Espíritu se alzan del cadáver, y esto viene a recordarnos la frase de todos los Iniciados, que dice: “LA CARNE ABANDONA LOS HUESOS”... San Andrés, muriendo en una cruz en forma de “X”, nos está hablando precisamente de la desintegración del Ego: que hay que reducirlo a polvareda cósmica, que hay que descuartizarlo.

“LA CARNE ABANDONA LOS HUESOS”... Sólo así es posible que el Maestro Secreto (Hiram Abiff) resucite dentro de nosotros mismos, aquí y ahora. De lo contrario, sería imposible (en la Gran Obra debemos morir de instante en instante, de momento en momento).

¿Y qué diríamos de Juan? Él es, fuera de toda duda, el Patrono de los fabricantes de Oro. ¿Habrá alguien que haya fabricado oro? Sí; recordemos a Raimundo Lulio. Él lo hizo: enriqueció las arcas de Felipe el Hermoso, de Francia; y las del Rey de Inglaterra. Todavía se recuerdan cartas de Raimundo Lulio. Una de ellas habla de “un hermoso diamante”, con el cual obsequiara nada menos que al Rey de Inglaterra (disolvió un cristal, entre el “crisol”, y luego, poniendo agua y mercurio sobre aquel cristal, lo transformó en un gigantesco diamante, extraordinariamente fino, con el obsequió al Rey de Inglaterra). Y en cuanto a la transmutación del plomo en oro, lo hacía gracias al Mercurio Filosofal. Raimundo Lulio enriqueció a toda Europa con sus fundiciones, y sin embargo él permanecía pobre. Viajero extraordinario de todos los países del mundo, al fin murió lapidado en una de esas tierras (reflexionen ustedes en esto).

Así pues Juan, el apóstol de Jesús, es el Patrono de los fabricantes de Oro. Se dice que en alguna ocasión, encontró en su camino (en un pueblo por ahí, del Oriente) a un filósofo que trataba de convencer a las gentes, de demostrarles lo que él podía hacer con la palabra, con el verbo. Dos jóvenes, que habían escuchado sus enseñanzas, abandonaron sus riquezas, las vendieron, y con ellas compraron un gran diamante. Pusieron, en presencia del honorable público, el diamante en manos del filósofo; éste se lo regresó y ellos, con una piedra, destruyeron la gema. Juan protestó

diciendo: “Con tal gema, se le podría dar de comer a los pobres”... Dicen que ante las multitudes reconstruyó la gema y que luego la vendió, para dar de comer a las multitudes. Mas los jóvenes, arrepentidos, se dijeron a sí mismos: “¡Qué tontos fuimos al haber salido de todas nuestras riquezas para comprar un gran diamante que ahora se vuelve pedazos y que luego reconstruyen para repartirlo entre las gentes!”.

Pero Juan, que veía todas las cosas del cielo y de la tierra (y que sabía transmutar el plomo en oro), hizo traer de las orillas del mar (de por allí cerca), unas piedras y unas cañas (la piedra, símbolo de la Piedra Filosofal del sexo, y la caña símbolo de la espina dorsal, pues allí está el poder para transmutar el plomo en oro), y después de convertir aquellas cañas y aquellas piedras en oro, le devolvió las riquezas a los jóvenes; pero les dijo: “Habéis perdido lo mejor. Os devuelvo lo que disteis, pero perdisteis lo que habíais logrado en los mundos superiores”. Luego acercándose a una mujer que había muerto, la resucitó. Ella entonces contó lo que había visto fuera del cuerpo y también se dirigió a aquellos jóvenes, diciendo que “había visto a sus ángeles guardianes llorando con grande amargura, porque ellos habían perdido lo mejor por las vanas cosas perecederas”... Es claro que los jóvenes se arrepintieron, devolvieron el oro a Juan, y Juan volvió a trocar ese oro en lo que era (en cañas y piedras), y se convirtieron en sus discípulos.

Así pues, Juan y la “Orden de San Juan” nos invitan a pensar. Juan es Patrono de los que hacen Oro; nosotros necesitamos transmutar el plomo de la personalidad en el oro vivísimo del Espíritu. Por algo es que se les llama, a los grandes Maestros de la Logia Blanca, “Hermanos de la Orden de San Juan”.

Muchos creen que Juan, el apóstol del Maestro Jesús, desencarnó; mas él no desencarnó. Viejas tradiciones dicen que hizo cavar su fosa sepulcral, que se acostó en ella, que resplandeció en luz y desapareció (la fosa quedó vacía). Nosotros sabemos que Juan, el apóstol del Cristo, vive con el mismo cuerpo que tuvo en la Tierra Santa y que vive precisamente en Agartha, en el reino subterráneo, allí donde está la ORDEN DE MELQUISEDEC, y que acompaña al Rey del Mundo (vean ustedes cuán interesante es esto).

Entrando pues en el magisterio del fuego, debemos definir algo (para aclarar): se hace necesario, como les he dicho a ustedes, transmutar el Esperma Sagrado en energía. Cuando esto se logra, adviene el fuego que sube por la espina dorsal, y comienza a realizarse la Gran Obra. Nosotros necesitamos crear los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser, mas eso no es suficiente. Es necesario, es indispensable, es urgente recubrir esos vehículos (después) con las distintas partes del Ser; mas, para recubrirlos hay que perfeccionarlos, convertirlos en oro puro, en oro Espiritual de verdad. No se extrañen, pues, que Juan o Santiago tengan un Cuerpo Astral de oro puro, un Mental del mismo metal o un Causal o el Búddhico o el Átmico, porque ellos lograron realizar la Gran Obra.

Si por algo el Conde Saint Germain podía transmutar el plomo en oro, es porque él mismo era oro. El “Aura” del Conde Saint Germain es de oro puro; los átomos forman esa “Aura”, son de oro, y sus Cuerpos Existenciales Superiores, son de oro de la mejor calidad. En esas condiciones, él puede echar una moneda en el “crisol”, sí, y derretirla, y luego, con el mismo poder que lleva adentro, transmutarla en oro puro, porque él es oro (eso es lo que se llama “realizar la Gran Obra”).

En esto hay grados y grados. Primero hay que alcanzar la Maestría, después tenemos que convertirnos en Maestros Perfectos y mucho más tarde alcanzar el grado de “Gran Elegido”. “Gran Elegido” y “Maestro Perfecto”, es todo aquél que ha realizado la Gran Obra.

Así como nos encontramos, realmente estamos mal. Nosotros necesitamos pasar por una transformación radical y eso solamente es posible, de verdad, destruyendo los “elementos inhumanos” y creando los humanos. Sólo así marcharemos hacia la Liberación final...

En la Catedral de Notre Dame de París, como les dije, en un rinconcito está la Piedra Maestra, o la Piedra del Ángulo (que los “edificadores” de todas las sectas, escuelas, religiones y demás rechazaron), la Piedra Escogida, Preciosa, pero que tiene la figura de Lucifer, y esto asusta a los profanos.

Incuestionablemente, mis caros hermanos, sólo allí (en el sexo) podemos encontrar a ese PRINCIPIO LUCIFERINO que es la base misma de la Autorrealización.

Pero, ¿por qué Lucifer es el “Hilo de Ariadna”?, ¿por qué es precisamente él, quien ha de conducirnos a la Liberación final, cuando en verdad se le ha tenido por el mal? He dicho muchas veces, y lo he afirmado enfáticamente en esta cátedra, que Lucifer es la reflexión del LOGOI INTERIOR (dentro de nosotros mismos), la sombra de nuestro Dios íntimo, en nosotros y para nuestro bien, pues él es el entrenador.

Dios no puede tentarnos; nos tientan nuestras propias concupiscencias (así lo enseña Santiago, el Patrono de la Alquimia, el Patrono de la Gran Obra). Entonces, ¿qué es lo que hace Lucifer? Él se vale de nuestras propias concupiscencias, las hace pasar por la pantalla del entendimiento, con el propósito de entrenarnos psicológicamente, de hacernos fuertes; más si fallamos, fracasamos en la Gran Obra. Sin embargo, podemos fallar y rectificar. Si rectificamos, triunfamos en la Gran Obra. Cualquiera puede fallar y por sus fallas sabe que tiene delitos que corregir, que eliminar. Así Lucifer nos entrena, nos educa, nos forma, y a fuerza de tanto entrenamiento nos libera, nos va conduciendo (de esfera en esfera) hasta nuestro Hiram Abiff.

Lucifer es, pues, el “Hilo de Ariadna” que nos lleva hacia nuestro Dios interior, que nos saca de este doloroso laberinto de la vida, mediante el trabajo esotérico. Él, una y otra vez hace pasar, por la pantalla de nuestro entendimiento, nuestras propias concupiscencias (que no son otras, sino las nuestras). Vencerlas, eliminarlas, desintegrarlas, volverlas polvo, es lo indicado. Así, dando pasos y pasos cada vez más avanzados, vamos partiendo del centro del laberinto hacia la periferia, para llegar un día hasta nuestro Dios. Esa es la labor de Lucifer. Él es el Hilo de Ariadna, él es la Piedra Filosofal. Por algo es que los peregrinos de la Catedral de Notre Dame de París, apagan sus veladoras en las fauces pétreas de Lucifer, en la “Piedrecita del Rincón”, como se dice por allí...

Se ha hablado mucho de “poderes mágicos”. Sí; podemos llegar a tenerlos, pero necesitamos, incuestionablemente, crear mucho dentro de nosotros, y destruir demasiado (hay mucho que nos sobra y mucho que nos falta).

Todo el mundo cree que posee los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser, y eso no es así. Se hace necesario crearlos, y no es posible crearlos sino en la “Forja de los Cíclopes”, es decir, mediante el trabajo sexual. Se nos dirá que somos “fanáticos del sexo”. Se equivocan. Lo que pasa es que tenemos un “laboratorio”, que es nuestro propio cuerpo, y un “hornillo” en el “laboratorio” (el fuego del alquimista), y un “crisol” (que está en el sexo y allí la “Materia Prima” de la Gran Obra. Transmutarla es indispensable, convertirla en energía, para poder luego con esa energía, y con lo que ella contiene, crear los Cuerpos Existenciales Superiores del Ser. Eso es lo vital, lo indispensable.

Llegará un día en que habremos de pasar más allá del sexo. Lo absurdo sería querer pasar más allá del sexo sin haber llegado a la meta. Eso sería tanto como querer bajarnos del tren, antes de llegar a la estación o como querer bajarnos del autobús o camión (donde vamos), antes de llegar a la meta que nos hemos trazado.

En el sexo hay que crear y hay que destruir. Crear los VEHÍCULOS SOLARES, es necesario para que el Dios interior pueda resucitar en nosotros, y también eliminar los “elementos inhumanos” que llevamos dentro...

Todos reunidos aquí, debemos comprender. No basta con que ustedes escuchen lo que estoy diciendo; es necesario que lo realicen, porque “la fe sin obras es fe muerta”. Se necesita que la fe vaya acompañada con la Obra. Hay que realizar la Gran Obra, mas no basta con tener fe en la Gran Obra. Hay que realizar la Gran Obra.

Y el resultado final de la Gran Obra, ¿cuál será? Que cada uno de nosotros se convierta en un gran Dios, con poder sobre los Cielos, sobre la Tierra y sobre los Infiernos. Ese es el final, el resultado de la Gran Obra: que cada uno de nos queda convertido en una Majestad, en una criatura terriblemente Divina. Mas, hoy por hoy, debemos reconocer que ni siquiera somos humanos; únicamente somos “humanoides” (en forma más cruda diría que somos “mamíferos intelectuales”, y nada más); pero podemos salir de este estado en que nos encontramos, mediante la Gran Obra...

Hiram Abiff es el “Maestro Secreto”, el Tercer Logos (Shiva), el “Primogénito de la Creación”, nuestro Real Ser interior divino, nuestra “Mónada” verdadera e individual. Necesitamos resucitarla, porque está muerta dentro de nosotros, aunque esté viva para los mundos inefables.

Raimundo Lulio realizó la Gran Obra: recibió en el Mundo Astral el Gran Arcano, y fue con esa “Llave Maestra” como pudo trabajar en la Gran Obra. Raimundo Lulio, indubitablemente, conoció fuera del cuerpo físico lo que es la Sagrada Concepción de la Madre Divina, la Kundalini Shakti. Al conocer cómo se realizaba esa Sagrada Concepción, se propuso materializar (desde lo alto) la Sagrada Concepción en sí mismo, hasta que la logró.

Indudablemente, la Madre Divina debe concebir (por obra y gracia del Tercer Logos) al Hijo. Ella permanece Virgen antes del parto, en el parto y después del parto. Ese Niño que ella concibe, debe materializarse, cristalizar en nosotros desde arriba, desde lo alto, hasta quedar revestido completamente con nuestro cuerpo físico, con nuestro “cuerpo planetario”. Al llegar a ese grado puede decirse que la Gran Obra se ha realizado. En otros términos: debemos resucitar a Hiram Abiff dentro de nosotros. He dicho.